Envoltorios Brillantes

No Merecen la Pena

Hay un ritual de mi infancia que fue también el de media España: El surtido de galletas Cuétara.

Reservado para algunos fines de semana y fechas señaladas.

Era como el cofre del tesoro de la Isla de los Piratas.

Hoy en día, contamos con más variedad de galletas de las que jamás creímos merecer, pero en los 80 y 90 no era así.

Para nada.

Tenías galletas María, luego galletas María y después galletas María.

Por eso, esperar a que tu madre regresara del mercado con la esperanza de que trajera el surtido de galletas especiales, era un auténtico acontecimiento.

Una generación de infantes y adolescentes salivando más que el perro de Pavlov ante lo que se venía.

Y claro, las madres odiaban comprar el dichoso surtido.

Primero, porque la avalancha de manos, dedos y uñas cortantes abalanzándose sobre el carro de la compra, era un espectáculo dantesco.

Nadie quiere ver a su prole en ese estado.

Y segundo, porque la famosa cajita terminaba danzando por las estanterías durante meses.

¿La razón?

Pues que por mucho bombo y platillo que se le diera a la palabra “surtido”, en realidad, sólo estaban buenas dos o tres galletitas.

Los bocaditos de natas, las cuadradas y las Ricas, que hacían honor a su nombre.

Sus envoltorios de colores chillones te atraían de manera irresistible y la explosión de 15 toneladas de azúcar en la boca, era directamente la puerta del Paraíso.

Era un mundo anterior a las dietas keto, la demonización de los carbohidratos y la comida “fitness”.

Tiempos felices.

El resto eran incomestibles.

Los niños lo sabían, las madres también y sospecho que la propia Cuétara era consciente.

A nivel de marketing la táctica es insuperable.

Reservas toda la calidad para un par de galletas buenas y las rodeas de mazapanes de las navidades pasadas que no tragas ni con 40 litros de cola cao.

Genios.

Apuesto doble contra sencillo a que si vendieran las galletas “buenas” por separado, no hubieran vendido ni la mitad que junto al resto.

¿Te ha sonado una campana en la cabeza?

Normal.

Lo mismo que hacía Cuétara con su surtido, es lo que hacemos tú y yo cada día.

Que sí lo haces, no te escondas.

Tu trabajo no te gusta absolutamente nada, pero como te pagan todos los meses, aguantas carros y carretas.

Tu relación de pareja es más aburrida que ver crecer la hierba, pero como te da seguridad y en invierno hace frío, aguantas.

Tu día a día es menos emocionante que un juego de petanca, pero cambiar te da miedo así que aguantas.

Aguantas, aguantas y aguantas.

Te vas quedando con miles de galletas que no soportas, con tal de catar de vez en cuanto las que te gustan.

Y así pasan los días, uno tras otro, hasta que incluso las galletas buenas empiezan a perder su sabor.

¿Tienes alternativa?

Claro.

Siempre la hay.

¿Pagarás un precio?

Que no te quepa duda.

¿Merece la pena?

Dímelo tú que llevas asintiendo desde hace un rato.

Aclarado este punto, ya sólo falta una cosa.

Actuar.

Mejor hoy que mañana.

La vida es demasiado corta para desperdiciarla, y no hay envoltorio tan brillante que compense una caja vacía.

Elige con valentía.

Te leo.

Iñaki Arcocha

P.D.: El maravilloso surtido de mi infancia.

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