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Deja de Opinar
Y empieza a preguntar
Benjamin Franklin fue uno de los padres fundadores de los Estados Unidos.
No llegó a ser Presidente, pero su figura es tan importante que su rostro adorna los billetes de 100 dólares.
Su vida es de película.
Inventor, científico, diplomático, escritor y empresario.
El Da Vinci estadounidense.
Y, de postre, fue el primer “hombre hecho a sí mismo” de EE.UU.
Nacido en una familia pobre de Boston, logró de forma autodidacta dominar múltiples disciplinas y fundar el primer club de debate de América.
Con apenas 16 años consiguió un puesto como aprendiz en la imprenta de su hermano.
Ahí encontró la oportunidad de dar rienda suelta a su creatividad, escribiendo cartas anónimas y satíricas.
¿Tuvo éxito en su iniciativa?
Ninguno.
La respuesta, tanto de amigos como de desconocidos, fue la indiferencia… cuando no la burla.
Otros se habrían venido abajo o rebelado contra el desprecio.
Otros no eran Benjamin Franklin.
Él se dedicó a investigar, mejorar y aprender de los mejores.
Entre ellos, el reverendo Cotton Mather.
Un intelectual puritano, tan influyente como inaccesible.
Ridiculizado por su fe religiosa y envidiado por su sabiduría, Mather se había convertido en un hombre difícil de tratar.
Franklin logró conectar con él de la manera más sencilla y efectiva que existe: preguntando.
Antes de conocerlo en persona, leyó todos sus libros, se empapó de su forma de pensar y elaboró mentalmente toda la conversación.
Cuando por fin se encontraron, Franklin ya lo tenía claro.
Cristalino.
Iba a ser como Mather, pero a su manera.
Ilustrado.
Curioso.
Libre.
Al terminar su larga charla, mientras de despedían, Franklin estaba tan emocionado que no vio una viga baja y se golpeó la cabeza.
Inclina la cabeza, jovencito, y el mundo te la perdonará muchas veces.
Nunca olvidó aquella frase.
La convirtió en su lema personal.
Suponía todo lo contrario a lo que había vivido hasta entonces.
Y le permitió descubrir una verdad universal:
Quien envidia, opina.
Quien admira, pregunta.
No le des más vueltas, porque no las hay.
El éxito ajeno o te despierta admiración y la curiosidad de saber cómo lo ha conseguido,
o te genera tanta rabia y envidia que te lleva a opinar de lo que no sabes.
La admiración es una forma de amor.
Imprescindible en cualquier pareja que quiera llegar lejos.
Si admiras a quien duerme en el otro lado de la cama, harás todo lo posible porque siga ahí.
La envidia, en cambio, se traduce en opiniones salidas del niño frustrado que todos llevamos dentro.
Todas las relaciones humanas se reducen a eso:
A procesos de admiración…. o de envidia.
La admiración mira hacia arriba.
Como el adulto responsable que sabe aprender de quien lo hace mejor.
Benjamin Franklin pudo ser un joven brillante lleno de rabia.
Pero eligió otro camino.
Eligió acercarse con humildad.
Eligió preguntar.
Y esa decisión cambió su vida.
Y la de todo Estados Unidos.
No pierdas tiempo opinando sobre los demás.
Empléalo en acercarte y preguntar.
¿Cómo lo has hecho?
Te sorprenderá lo fácil que es que te contesten.
Y esas respuestas te cambiarán para siempre.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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