Deja de Preocuparte

Y comienza a Ocuparte

Franklin Delano Roosevelt asumió la presidencia de Estados Unidos en 1933, convirtiéndose en el 32º presidente del país.

Fue el único en la historia en ocupar la Casa Blanca durante cuatro mandatos consecutivos: 1932, 1936, 1940 y 1945.

A pesar de su influencia y liderazgo en tiempo de crisis, el Congreso decidió que no era positivo para la Democracia que una persona concentrara tanto poder durante tanto tiempo.

Tras su muerte en 1945, se aprobó la 22ª Enmienda, limitando los mandatos presidenciales a dos periodos.

A lo largo de su dilatada carrera en el cargo, Roosevelt enfrentó dos de los mayores desafíos del siglo XX: la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial.

Podríamos decir que le tocó bailar con la más fea, aunque él no pudiera hacerlo al estar confinado en una silla de ruedas.

Diez años antes de llegar a la presidencia, la vida ya le había golpeado con dureza.

En 1921, durante unas vacaciones en Canadá, contrajo poliomielitis.

La temida polio.

Aún faltaban 30 años para descubrir la vacuna, por lo que se quedó paralizado de cintura para abajo a los 39 años.

El prometedor senador del estado Nueva York recibía un duro golpe que supo encajar con gran actitud y le sirvió para forjar su carácter.

Algo que le vino muy bien años después.

Cuando Roosevelt llegó a la Casa Blanca en 1933, el país estaba atrapado en la peor crisis económica de su historia.

Millones de estadounidenses habían perdido su empleo, su casa y, lo que es peor, la esperanza.

Los bancos colapsaron, paralizando por completo a las empresas productivas y el miedo se había apoderado de la población.

Lo fácil habría sido dejarse llevar por la corriente y quedarse paralizado por las incertidumbre.

Lo fácil habría sido preocuparse.

Lo fácil para la mayoría, pero no para Roosevelt.

Él escogió otro camino.

Él eligió ocuparse.

Ocuparse del problema que tenía ante sí y tomar la responsabilidad de sacar a su país del agujero.

No hay frase que resuma mejor aquella determinación, que la pronunciada durante su discurso inaugural de toma de posesión:

“A lo único que debemos temer es al miedo mismo. Un terror sin nombre, irracional e injustificado que paraliza los esfuerzos necesarios para convertir el retroceso en avance”.

Hay tantas cosas que comentar de esa declaración de principios que no sé por dónde empezar.

Lo primero es que de ahí surgió el New Deal.

Un conjunto de reformas, que sin ser mágicas ni perfectas, ayudaron a aliviar la crisis y devolver la esperanza a millones de personas.

Roosevelt pedía a sus conciudadanos que dejaran de lamentarse, que superaran su autocompasión y se pusieran en marcha.

¿Y sabes qué pasó?

Que funcionó.

No todas las medidas del Roosevelt triunfaron; algunas fracasaron y otras tuvieron consecuencias indeseables.

Sin embargo, muchas de ellas han logrado permanecer en el tiempo y llegar hasta nuestros días como el puente Triborough en New York o la Represa Hoover.

Las decisiones de Roosevelt, equivocadas o acertadas, lograron espolear una nación paralizada, sacarla de su letargo y ponerla en el camino de lo que llegaría a ser.

La mayor potencia mundial de la Historia.

La vida se trata de eso, de dejar de preocuparse y comenzar a ocuparse.

El miedo, cuando nada te sale bien y la vida se complica, es normal e inevitable.

No hay ningún curso de Mindfulness que te evite el sufrimiento.

No hay medicamentos para eliminar el miedo.

No hay dietas anti dudas.

Lo único que funciona siempre es comenzar a actuar.

Actúa con miedo, con dudas y sin ganas.

Actúa con pereza, con sueño o con hambre.

Pero actúa.

Y un día te levantarás y te preguntarás qué era eso que te asustaba tanto.

Ahora dime, ¿qué miedo vas a superar hoy?

Te leo.

Iñaki Arcocha

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