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El niño de los tirantes
No es fácil aceptarse a uno mismo
La gente que no me conoce desde pequeño suele sorprenderse cuando le digo que fui un niño bastante gordo.
Y cuando digo gordo, me refiero a que mis amigos cuentan que una vez jugando a fútbol, me hicieron una entrada y al caer al suelo….reboté.
Mito o realidad, la verdad es que hasta la adolescencia era de los gordos de clase y eso siempre deja secuelas por muchos años que pasen.
Nunca me olvidaré de los tirantes que usaba con 7-8 años.
En aquella época no existían cinturones para niños de mi complexión por lo que mi madre, con su mejor intención, decidió comprarme unos tirantes.
Debo decir que a mí me encantaban porque nadie más los usaba y me hacía sentir diferente y un tanto especial.
El caso es que me hice amigo de un compañero de los cursos superiores que yo creía que también le gustaban mucho mis tirantes. La realidad es que sólo los utilizaba para reírse de mí con sus colegas, estirando la goma para que rebotara contra mis generosas carnes.
Hoy en día con la sensibilidad por la gordofobia, el boy positive y demás temas relacionados, sería algo inconceivable.
Otros tiempos.
Reconozco que, incluso ahora, me da bastante vergüenza recordar todo aquello a pesar de saber que sólo era un niño pequeño que creía tener un amigo mayor.
La venda de los ojos me la quitó un compañero de clase que me dejó bastante claro que sólo se estaban riendo de mí y no conmigo.
“¿Por qué unos mayores iban a querer jugar con un niño gordo como tú? ¿No ves que sólo se están riendo de ti?”.
Aquello me dolió, pero me hizo despertar del encantamiento. Me rebelé contra el mayor, y delante de sus amigos, le pedí que dejara de burlarse de mí.
Por aquel entonces, tampoco estaba bien visto chivarse a los profesores, y aunque lo hubiera hecho, dudo que me hubieran hecho mucho caso.
De nuevo, otros tiempos y otras costumbres.
Al mayor, por supuesto, no le gustó que le llamaran la atención delante de sus amigos, y después de un pequeño forcejeo más o menos violento, la historia se terminó.
No volví a saber nada más de él, y el tiempo ha curado casi todas las heridas.
O al menos eso quiero creer.
Con mucha frecuencia no medimos bien el alcance de nuestros actos y los efectos duraderos que pueden causar en los demás.
Este tipo de conductas siempre retratan mucho más al que las hace que al que las sufre, pero no por ello dejan de tener consecuencias.
Es muy fácil caer en la tentación de proyectar nuestras frustraciones en los demás porque, absurdamente, la paja en el ojo ajeno nos consuela de la viga en el propio.
Y por el otro lado, a veces es difícil rebelarse ante lo que se espera de nosotros y buscamos el camino fácil para integrarnos con los que nos rodean.
En ocasiones hay que elegir entre sufrir el dolor de no ser nosotros mismos para ser aceptados o sufrir por mantenernos firmes y que algunos nos rechacen.
Es la eterna dicotomía entre el camino fácil, que nos lleva a donde no queremos pero sin sufrimientos, y el camino difícil, que no sabemos a dónde nos lleva pero que sabemos es el correcto.
Así que ya lo sabes, si alguna vez te encuentras con un niño gordo con tirantes, no tires de ellos.
Nunca.
Te leo.
Iñaki Arcocha