Ecos y Sombras

Una Historia sobre el Perdón

Juan Pablo II, nacido como Karol Wojtyla, es uno de los personajes históricos a los que me he sentido más unido en mi vida.

No solo por compartir el 18 de mayo como fecha de cumpleaños o porque su papado comenzara apenas un año antes de mi nacimiento, sino también por lo inspiradora de su figura.

Seas o no creyente, es difícil no reconocer a Juan Pablo II como uno de los pontífices más queridos de la historia moderna.

Y también de los más influyentes.

Ayudó a consolidar la gran reforma que supuso el Concilio Vaticano II, con la aproximación de la Iglesia Católica a otras religiones y los puentes que se tendieron entre Fe y Ciencia.

Fue el primer Papa en visitar una sinagoga y una mezquita, y no dudó en pedir perdón por los errores históricos de la Iglesia Católica como la Inquisición o el antisemitismo.

También fue el último Papa en enfrentar un atentado mortal.

En 1981, en plena Plaza de San Pedro, Mehmet Ali Agca, un turco radical, le disparó en varias ocasiones, hiriéndole de gravedad en el abdomen, brazo y dedo.

El Papa, después de una dura y larga intervención quirúrgica, sobrevivió.

Una vez recuperado del incidente, Juan Pablo II sorprendió al mundo con una lección de humanidad para la eternidad.

Además de perdonar públicamente a su atacante, lo visitó en prisión en varias ocasiones y pasó largas horas conversando con él.

Lejos de buscar revancha o siquiera justicia, su único objetivo era comprender y sanar.

Nadie esperaba un acto de semejante bondad, ni siquiera del Papa.

El perdón y la misericordia tienen ese poder: desarman a tu oponente.

No solamente eso, sino que lo convierten en alguien, que si bien no se vuelve un amigo, deja de ser un adversario.

O si prefieres, tenemos la versión inglesa, mucho más cínica y socarrona, cortesía de Oscar Wilde.

“Perdona a tus enemigos, no hay nada que les moleste más”.

Porque dime una cosa….

¿Cuántas veces te has sentido satisfecho después de vengarte de alguien que te hizo daño?

¿Tantas?

¿Seguro?

Yo creo que no.

La venganza es un pésimo negocio.

Si fuera una inversión, te diría que el beneficio que ofrece no compensa en absoluto el precio que tienes que pagar.

Vas a vivir lleno de rencor, consumido por la rabia y para postre, no sentirás felicidad ni cuando consigas consumarla.

Y lo peor de todo, es que te mantendrá unido a la persona que te hirió.

Mis amigos aún me recuerdan a mi archienemigo del colegio, alguien que ya no tiene importancia en mi vida, pero que de tanto hablar de ella, se ha convertido en mi sombra.

Un eco del pasado que resuena de tanto en cuando y del que me encantaría pasar página definitivamente.

Tampoco me malinterpretes, perdonar no es sinónimo de reconciliación ni de aceptación de lo sucedido.

No vivo en la Aldea del Arce y el naranja de las túnicas budistas no me favorece.

Al contrario, perdonar es un acto de valentía y de liberación personal.

Porque cuando perdonas no liberas a la otra persona, sino que te liberas a ti mismo.

También es una muestra de madurez y de fortaleza.

Porque tienes que ser muy fuerte para ser capaz de controlar tus propios instintos y no dejarte arrastrar a un camino sin salida.

No lo sé, quizás si practicas lo suficiente, seas capaz no sólo de perdonar a los demás, sino también de perdonarte a ti mismo.

Al fin y al cabo, uno no puede escapar de sí mismo.

¿Y tú, de qué sombra te vas a liberar hoy?

Te leo.

Iñaki Arcocha

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