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El precio de la mala educación
No seas el amargado del día
El sábado pasado llevé a mis hijos al tenis, como suelo hacer todos los fines de semana. Mientras ellos se divertían jugando con la raqueta, yo aproveché para tomar un café acompañado de una buena lectura.
Hacía mucho que no iba a la cafetería del club de tenis, ya que normalmente me escapo esa hora al gimnasio. Sin embargo, esta semana seguía convaleciente de una contractura muscular, así que tocaba descansar de las pesas.
Nada más entrar en la cafetería, me di cuenta de que no estaba la camarera habitual y la sustituta tenía ese aura de negatividad que solo presagiaba momentos inolvidables.
Lamentablemente, no me equivoqué.
Para intentar comenzar con buen pie, le pedí un café y una botella de agua sin gas en mi rudimentario alemán.
Ein Espresso und ein Wasser ohne, Bitte.
A todo el mundo le gusta que le hablen en su idioma, y si llevo viviendo aquí 8 años, qué menos que poder decir algunas cosas básicas.
Para mi sorpresa, me entendió todo a la primera, pero a pesar de ello, algo me decía que aún seguía en Territorio Comanche.
Los siguientes 50 minutos los dediqué tranquilamente a mi café y a mi libro, pero el zafarrancho de combate tocó cuando fui a pagar y cometí un error imperdonable.
Se me ocurrió pedirle a la camarera una segunda galleta para mi hijo pequeño.
En Suiza, es costumbre que al servir un café se acompañe con una galleta y un vaso pequeño de agua, y como tengo dos hijos, le pedí una segunda galleta.
Y, por supuesto, semejante osadía no iba a pasar desapercibida.
Nein.
La camarera me miró con una expresión de horror, como si le hubiera pedido algo espeluznante, y acto seguido hizo algo que me molesta especialmente: comenzar a murmurar en suizo alemán mientras negaba con la cabeza.
Debo confesar que me cuesta mucho entrar en conflicto. Doce años de educación en el Opus Dei dejan huella y el tema de la mala educación siempre me coge con la guardia baja.
Sin embargo, hay días en los que el vaso se llena y, si a eso le sumas la semana de contractura muscular, medio resfriado, etc… pues no lo dejé pasar.
Específicamente, le pregunté si tenía algún problema en darme una segunda galleta de cortesía.
Primero lo hice en perfecto castellano, para darle un poco de su propia medicina, y luego en inglés, que todos aquí lo hablan.
Entschuldigung? (¿Disculpe?)
Le repetí lo mismo con la mejor de mis sonrisas al tiempo que le añadía que si era tanto problema, que lo dejara estar.
Su respuesta fue traerme la segunda galleta y luego retirarse sin decir nada más. Lamento decir que es bastante típico de la personalidad suiza: primero arrogancia y luego evasión.
Un compañero suyo se disculpó conmigo pero le dije que no era necesario, que es más un tema de buena educación y sobre todo de buena actitud.
Cuesta exactamente lo mismo ponerle un café a un cliente con una buena sonrisa que sin ella. Al igual que cuesta lo mismo pedir ese café, por favor y después de unos buenos días que sin ellos.
Perdemos una cantidad ingente de energía al volcar nuestras penurias hacia los demás, sin darnos cuenta de que eso, lejos de arreglar algo, solo empeora las cosas.
Todos tenemos días malos, problemas personales o simplemente, trabajos que nos desagradan en algún momento. Pero de eso no tienen culpa los que nos rodean.
Por muy desagradable que te resulte una tarea, en el 100% de los casos mejorará si la enfrentas con buena actitud y con una sonrisa.
No seas el amargado del día con el que todos nos encontramos de vez en cuando.
Te leo.
Iñaki Arcocha