El que enseña aprende dos veces

Si no puedes explicarlo, no lo sabes realmente

Reconozco que durante mis estudios de Administración de Empresas en la Universidad de Deusto en Bilbao, no fui el alumno que pasara más horas al día en clase.

Siempre he creído en la división del trabajo, y durante mi carrera universitaria, muchas clases consistían en tomar apuntes de las exposiciones magistrales de los profesores. Ante esa tesitura, las partidas de cartas en la cafetería de la universidad resultaban irresistibles.

Por otro lado, mis compañeras de clase, mucho más hábiles y eficientes en la toma de apuntes, no tenían ningún inconveniente en compartir sus notas de letras perfectas con el resto de la clase.

Nunca entendí cómo no terminaron la carrera con algún esguince de muñeca u otra lesión similar, pero la verdad es que nos facilitaron mucho las cosas al resto.

Dios las bendiga.

El caso es que me limitaba a asistir a clases que no implicaban solo tomar apuntes, sino también aprender nuevos razonamientos: Microeconomía, Macroeconomía y asignaturas similares.

Entre ellas, había una de matemáticas que se me daba especialmente bien, y dos compañeros me pidieron ayuda para entender mejor los ejercicios.

Hice tan bien mi trabajo enseñándoles a los dos, que ambos obtuvieron una mejor calificación que yo en el examen final.

Recuerdo claramente lo avergonzados que estaban cuando se publicaron las notas, mientras que yo solo me sentía orgulloso de haber sido, al parecer, un mejor profesor que alumno.

Y aún conservo el CD de U2 que me regalaron como muestra de agradecimiento, aunque ya no tenga un dispositivo donde reproducirlo. Cómo ha cambiado la tecnología en tan poco tiempo….

Mi interés por la enseñanza viene de lejos, gracias a esos dos o tres profesores que todos hemos tenido y que nos han dejado una huella imborrable desde el colegio.

Profesores que irradiaban pasión por la enseñanza y deseaban que sus alumnos no se limitaran simplemente a cumplir el expediente, sino que sintieran un verdadero interés por lo que les estaban enseñando.

El caso es que tanto aquella vez que expliqué a mis compañeros de la universidad durante semanas lo que necesitaban aprender, como las veces que he preparado vídeos o artículos divulgativos, me he dado cuenta de que mi propio conocimiento sobre la materia se ha asentado muchísimo más.

Una cosa es tener en tu cabeza las ideas sueltas sobre una materia y otra muy distinta es ordenar todo ese maremagnum de conocimiento de manera que un tercero lo entienda perfectamente.

Se dice habitualmente que puedes estar seguro de haber comprendido un tema muy complejo si eres capaz de explicárselo a tu madre de 80 años o a tu hijo de 10, y que ambos lo entiendan.

Y es totalmente cierto.

Las personas utilizamos diferentes técnicas para explicar nuestro conocimiento a los demás. Por ejemplo, yo necesito escribir porque es la única manera de ordenar debidamente las ideas, mientras que otras personas las plasman en una pizarra o dejan reposar las ideas unos días.

Da igual.

Todos tenemos algo que enseñar a los demás, y sería una pena desperdiciar la oportunidad de aprender también en el proceso.

¿No crees?

Te leo.

Iñaki Arcocha