El Tiempo entre Torturas

¿Y Todo para Qué?

Tendría 17 ó 18 años.

Me había quedado unas semanas solo en casa para aprovechar las fiestas de verano.

El resto de mi familia estaba en Marbella, así que tenía la casa para todas mis maldades.

Pobre iluso.

El dolor de encías no me dejaba vivir.

No podía concentrarme, pensar y, mucho menos, dormir.

Era tan grave que tenía que calentar el agua en el microondas unos segundos para poder beberla.

Y el kalimotxo también, lo reconozco.

Que una cosa es morirme de dolor, y otra muy distinta, no salir de fiesta.

Aún tengo principios.

Los calambrazos por la sensibilidad a la temperatura eran alucinantes.

Quien dice que el dolor de dientes es el peor que existe, sabe muy bien de lo que habla.

Mi dentista estaba de vacaciones, por lo que no me quedó más remedio que acudir a uno de urgencia.

Nada más tumbarme en el potro de tortura y abrir la boca, supe que algo no iba bien.

La cara del doctor fue de las que hacen época.

Y lo que dijo a continuación me dio la pista definitiva.

Tienes una gingivitis de campeonato mundial.

Para terminar de dormir tranquilo….

O tomas antibióticos con urgencia o puedes perder algunas piezas.

Me encanta cómo los dentistas llaman a tus dientes “piezas”, como si fueran objetos de museo que nada tienen que ver contigo.

Gracias a los antibióticos, y a una ingente cantidad de alcohol (que todo hay que decirlo), logré aguantar hasta que mi dentista volvió de sus vacaciones.

Y ahí es cuando la fiesta se puso realmente interesante.

Tengo que desvitalizar dos dientes. Uno ahora, ya, y otro la semana que viene. Es demasiado hacerlo en una sesión.

Desde luego, el día de dar las noticias con tacto no había ningún odontólogo en clase.

Qué manera de tranquilizar a los pacientes.

El caso es que me pone la anestesia para el primero y comienza a taladrar el diente.

Joder, qué dolor.

Jamás, jamás, jamás en la vida he sentido algo así.

Obviamente el doctor se dio cuenta enseguida y, entonces, me dio la noticia que todo paciente quiere oir:

Lo siento mucho, pero no puedo hacer nada.

Gracias doctor.

Por nada, digo.

Tienes un nervio por dentro del diente y hasta que termine de taladrar, no puedo poner más anestesia.

Créeme que estoy sufriendo yo más que tú.

Créeme tú que no.

Ni de coña.

Aquellos fueron los quince minutos más terribles de mi vida.

Tanto, que aún los recuerdo cada vez que me hago una revisión.

¿Qué pasó con el otro diente, dices?

Veo que has estado atento.

No dormí en toda la semana.

Me martirizaba continuamente pensando que me iba a pasar lo mismo.

Pensé en no ir.

Incluso en arrancarme el diente y simular un accidente.

No te lo digo en broma.

Me cagaba vivo pensando en que iba a sucederme lo mismo.

¿Y qué paso?

Nada.

Un paseo por las nubes.

La anestesia funcionó perfectamente y no me enteré de nada.

Toda esa preocupación, esos desvelos y esa inquietud, para nada.

La inmensa mayoría de las veces ocurre esto mismo.

Nos desvivimos por algo que no ha sucedido y sufrimos en vano.

Incluso si hubiera sucedido, no habría merecido la pena preocuparme tanto.

Es duplicar el dolor inutilmente.

Por muy humano que sea angustiarse por lo que pueda pasar en el futuro.

Pero ante eso, te digo un par de cositas:

  • Deja de ser tan negativo. No siempre sucede lo peor, ni mucho menos.

  • Deja de martirizarte por lo que no está en tu control.

  • Nadie ha llegado al mañana antes de tiempo.

Y, por último:

Jamás sucede el peor escenario que imaginamos y, cuando lo hace, nunca es tan terrible como pensábamos.

Mira un poco hacia atrás y me cuentas.

O mejor aún.

Olvida el pasado.

Despreocúpate de un futuro que no existe.

Porque lo único que realmente puedes perder es lo más valioso que tienes:

El presente.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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