Infierno en el Paraíso

Una historia de Amor fati

Hace unos años pasé del cielo al infierno laboral.

Tenía poco más de 30 años y me ofrecieron el trabajo de mi vida: transformar un pequeño banco comercial en una boutique exclusiva de Banca Privada.

Gestionaría dos equipos multidisciplinares en dos países diferentes, sería el responsable último del negocio y lideraría un proceso de transformación absolutamente apasionante.

Sólo que no fue así.

En ese momento, trabajaba en Ginebra y mi cliente más importante me ofreció esta oportunidad en Curazao, una isla caribeña frente a Venezuela.

La idea era utilizar toda la fuerza comercial de su banco en Venezuela para transformar la filial de Curacao en su brazo internacional.

Me encantaría decir que me lo pensé mucho y que revisé las cuentas de resultados y balances de arriba a abajo.

Pero te estaría mintiendo miserablemente.

Creo que tardé menos en decidirme que en darle al snooze del despertador por las mañanas.

Una calentada terrible, marca de la casa.

El caso es que aterricé en Curazao, sin haberla pisado nunca antes, un 10 de mayo y, para mi cumpleaños del día 18, ya sabía que me habían engañado.

Feliz Cumpleaños Iñaki, y bienvenido al infierno que será tu vida los próximos dos años.

Playas paradisiacas, buen tiempo y vida tranquila es lo que prometen las islas del Caribe, pero yo sólo disfruté de un estrés infinito, viajes continuos a Caracas y la gestión de 50 personas a cada cual más cabreada que la anterior.

No entraré en más detalles, sólo diré que mi jefe tuvo a bien despedirme un 10 de diciembre, justo antes de las vacaciones de Navidad.

A la petición de esperar a enero para poderme ir tranquilo de vacaciones y tener tiempo para buscar trabajo, ya que desde Curazao no era especialmente sencillo, nunca olvidaré sus bonitas palabras:

“Te puedes ir muy tranquilo de vacaciones, pero el 31 de diciembre estás fuera”.

Gracias.

Decir que no fueron las mejores navidades de mi vida sería quedarme corto, y los meses que necesité para conseguir un buen trabajo tampoco fueron un paseo por la nubes.

Al final, todo se arregló.

Volví a Suiza y, gracias a lo que aprendí en esos 2 años y los contactos que hice, hoy en día puedo trabajar para mi mismo.

Y ese siempre fue el sueño de mi vida.

Poder seguir los pasos de mi padre y la frase que me marcó para toda la vida cuando era pequeño: “Trabajo para mí mismo para que nadie pueda decidir por mí, cuándo jubilarme”.

O algo así, que yo era muy pequeño cuando me lo dijo y los recuerdos de los niños son lo que son.

No me arrepiento de haber dejado la seguridad de mi trabajo en Ginebra por aquella aventura. Si volviera atrás, volvería a aceptarlo porque en aquel momento me pareció una oportunidad increíble.

De lo que me arrepiento profundamente es de no haberlo disfrutado más, porque a pesar de las dificultades, la verdad es que estaba aprendiendo muchísimo.

Mucho más que en ningún otro periodo de mi vida laboral, porque cuanto más difícil es, más aprendes.

La letra con sangre entra.

Epicteto, el filósofo estoico, lo expresó mucho mejor que yo hace casi dos mil años:

“No pretendas que las cosas sean como tú deseas. Más bien, deséalas tal como son. Entonces serás feliz”.

Es el viejo concepto de Amor Fati, el amor al destino.

No podemos controlar lo que nos sucede en la vida y ni siquiera podemos decidir cómo nos sentiremos cuando nos suceda.

Lo que sí podemos controlar y, al final, marca toda la diferencia, es qué hacer con ese sentimiento y cómo actuar en consecuencia.

Enfadarme por haber sido estafado con aquel trabajo no era algo que yo pudiera evitar.

Entristecerme por estar atrapado en un isla perdida en el mundo y trabajando para un banco que se hundía, tampoco.

Lo que sí podría haber hecho es dejar de quejarme por lo que ya no tenía solución y haber empezado a actuar más y reaccionar menos.

Los dos años se me hubieran pasado más rápido y mis recuerdos de aquella etapa dolerían menos.

Al final, todo terminó bien, pero yo sé que podría haberlo hecho mucho mejor.

Sólo espero haber aprendido la lección para tomar mejor la próxima curva del camino, porque si hay algo seguro en esta vida, es que nunca avanzamos en línea recta.

Te leo.

Iñaki Arcocha