Iron Claw

Una Historia de Redención

El otro día volviendo de México, me tragué un películón en el avión.

Se trata de “Iron Claw”, una historia real sobre la familia Von Erich, una famosa dinastía de luchadores de wrestling en los años 80.

Confieso que siempre me ha gustado la lucha libre americana.

Disfrutaba, y disfruto, viendo las peleas de leyendas como Hulk Hogan, el Enterrador o el Último Guerrero.

Pero a los Von Erich no los había escuchado nunca y son de aquella época.

Curioso.

La película en sí, trata sobre la maldición de los Von Erich.

Una maldición que comienza con la prematura muerte del hermano mayor y que acaba afectando al resto de los hermanos: Kevin, David, Kerry y Mike.

Kevin, el mayor, vivió toda su vida atormentado por cumplir las expectativas de su padre, el tiránico Fritz Von Erich.

David murió solo en una habitación del hotel de Japón por un estrangulamiento intestinal. Al día siguiente tenía la mayor pelea de su vida, por el Campeonato Mundial ante Rick Flair.

Kerry ganó el ansiado cinturón para la familia, pero poco después sufrió un accidente de moto que le costó la amputación de un pie.

Atrapado entre la depresión y la presión de seguir en el mundo de la lucha, se suicidó en el rancho familiar con la pistola que años antes le había regalado a su padre .

Mike, quien nunca antes mostró interés por la lucha, intentó seguir el legado familiar y lo que sentía era su obligación.

Una desafortunada operación de hombro, después de un accidente en el ring, le dejó en coma y nunca fue el mismo al despertar.

Poco después, también se suicidó con una sobredosis de pastillas.

A todo esto, hay que incluir las tensiones entre los hermanos, que se querían a muerte, pero que su padre no paraba de presionar hasta conseguir enfrentarlos.

Incluso se vanagloriaba del “ranking de favoritos” que tenía con sus hijos, en función de sus logros deportivos.

Porque al final, la verdadera maldición de los Von Erich no fueron las tragedias que les sucedieron a lo largo de los años.

No, su maldición fue haber tenido un padre como Fritz.

Un hombre que, al no poder cumplir sus sueños en la lucha libre, intentó realizarlos a través de sus hijos.

Es la peor traición que un padre puede hacer a sus hijos.

Pretender vivir una vida que se te escapó, manipulando a quienes tienes la obligación de proteger, querer y cuidar.

Se habla mucho de la capacidad de los padres para perdonar a sus hijos , pero poco se dice de la que tienen los hijos para perdonar a sus padres.

Yo lo sé bien.

Mis hijos de 8 y 6 años, me perdonan todo.

Los días malos que, injustamente, pago con ellos; los enfados sin razón o la falta de paciencia cuando vuelvo de viaje y me asalta el jet lag.

"Aita, no te preocupes, te queremos mucho”.

Eso es lo que me dicen siempre y, mágicamente, todo cobra sentido.

Para los Von Erich, también hubo algo parecido a un final feliz.

La escena final de la película me robó el corazón y seguramente permanezca en mi memoria por mucho tiempo.

En ella, Kevin, el único hermano superviviente, interpretado magistralmente por un soberbio Zac Efron, juega con sus dos hijos en el parque.

En un momento de melancolía, al recordar la pérdida de sus hermanos y la ruptura con su padre, rompe a llorar.

“ ¡Papá! ¿Por qué lloras?”

“ No lo sé, chicos. Supongo que es porque antes estaba acostumbrado a ser un hermano, y ya no lo soy más”.

“ No te preocupes, papá. Nosotros podemos ser tus hermanos si quieres”.

“¿De verdad? Muchas gracias, chicos".

Se levanta del suelo abrazado a sus hijos y vuelve a jugar con ellos.

La vida va de eso: de momentos de redención y de aprender de los errores del pasado.

De entender que nada está escrito y que no hay maldiciones que valgan cuando tienes una razón para levantarte por las mañanas.

De disfrutar jugando con tus hijos en el parque y, finalmente, descubrir lo que significa la verdadera felicidad.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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