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Cuatro Kilómetros
Toda una Vida
¿Conoces las Islas Diómedes?
Yo tampoco, hasta hace unos días, cuando me las encontré por casualidad en una publicación de internet.
La Gran Diómedes, ubicada en Rusia, y la Diómedes Menor, en Alaska, están separadas por apenas cuatro kilómetros en el Estrecho de Bering.
Durante el invierno, cuando el agua se congela, puedes cruzar de una a otra en un paseo de menos de una hora.
Probablemente el paseo más espectacular y alucinante de la Tierra.
No sólo por las espectaculares vistas y por el hecho de estar caminando entre dos continentes a través del hielo.
Sino porque también estarás viajando a través del tiempo.
Hoy no he bebido tranquilo.
Lo que sucede es que la diferencia horaria entre ambas islas es de 21 horas.
Así que cuando es el tardeo en la isla rusa con un buen vodka, también lo es en la isla norteamericana con sus cervezas.
Con una pequeña diferencia.
En Rusia estarás viviendo la tarde hoy, mientras que en Alaska es la de ayer.
¿Quieres felicitar el Año Nuevo a tu amigo norteamericano?
Fácil.
Sales de Rusia el 1 de enero con el estómago lleno de caviar y llegas a Alaska el 31 de diciembre, justo a tiempo para brindar de nuevo.
Magia.
La razón de esta curiosidad no es otra que la Línea Internacional de Fecha, IDL por sus siglas en inglés, que utilizamos para marcar los husos horarios mundiales.
Esta línea atraviesa el Océano Pacífico y casualmente pasa entre las dos islas, generando esta abismal, inusual y maravillosa diferencia horaria.
Tan cerca pero tan lejos.
Cuantas veces me habrá pasado eso mismo con las personas de mi alrededor.
Gente con la que he trabajado codo con codo durante años pero a las que nunca he llegado a conocer.
Amigos que lo fueron todo en su momento, pero la distancia, la vida y la desidia, han convertido en desconocidos.
Familiares de los que realmente no sé nada aunque debería.
¿Qué les hace soñar?
¿A qué le tienen miedo?
¿De qué se arrepienten?
Y todo me pasa por no preguntar.
Por no interesarme o por esperar al día siguiente.
“Mañana llamo”.
“Del fin de semana no pasa”.
“En Navidades organizamos algo”.
O pero aún, cuando pasa tan lentamente que ni siquiera te das cuenta y de la noche a la mañana hablas un idioma completamente diferente de quienes te rodean.
Bienvenido a Siberia, Tovarich.
Compartimos espacio físico, pero vivimos en mundos diferentes.
Que sí, que sí, que la excusa de que la sociedad nos estresa, el trabajo y los niños nos agotan ya me la sé.
Todos vivimos en nuestros husos horarios y con nuestras rutinas que nos ayudan a aislarnos de quienes nos rodean.
Lo entiendo.
Es lo fácil, es lo que hace todo el mundo y nunca pasa nada.
Hasta que pasa.
El amigo del que te distanciaste sin saber por qué, te llama para despedirse.
El compañero del que no sabes ni su cumpleaños no vuelve a la oficina.
Esa mano que sujetas por última vez, es la de un familiar en la cama de un hospital.
Entonces te das cuenta de lo fácil que habría sido cruzar esos cuatro kilómetros.
Incluso sin hielo bajo tus pies.
Porque al igual que los husos horarios son una convención humana, una ficción, también lo son tus (sin) razones para no preocuparte por quienes quieres.
Nunca es tarde para cruzar la línea.
Sé que no es fácil.
Que requiere esfuerzo.
Y dedicación.
Escuchar más y hablar menos.
Y, sobre todo, querer salir de tu propio día para entrar en el de los demás.
Lo que sí te digo es que merece la pena.
No esperes a que “mañana” sea demasiado tarde.
Tampoco a una ocasión especial que nunca llegará.
Recuerda que no hay distancia más grande que el silencio que crece entre dos personas que un día compartieron algo y que hoy ya no existe.
Así que dime.
¿Vas a seguir igual para arrepentirte después?
¿O vas a empezar hoy mismo a acercarte a los que realmente te importan?
Mueves tú.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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