La Historia que no Fue

Hay mitos que permanecen en el tiempo sin que nadie sepa muy bien por qué.

Te sorprendería saber la cantidad de gente que aún cree que sólo usamos el 10% de nuestro cerebro.

O que es imposible besar tu propio codo (difícil, pero se puede).

De todos ellos, mi preferido es el que dice que Albert Einstein no era un buen estudiante.

Y me encanta porque, como toda gran mentira, encierra una parte de verdad.

Es cierto que el joven Einstein no destacaba entre sus compañeros en los primeros años de formación.

Pero su problema no era de aptitud, sino de actitud.

Con C.

Sus profesores le veían como un rebelde desinteresado de la vida académica, por lo que no le prestaban demasiada atención.

Todos menos uno.

Max Talmud, matemático autodidacta amigo de la familia, vio algo en él.

Ese carácter inconformista y esas ganas de ir contra corriente le recordaban a sí mismo en su juventud.

Así que decidió ocuparse de la educación de Einstein por su cuenta y riesgo.

Con tan sólo 10 años, el futuro genio de la física aprendió matemáticas avanzadas, ciencia y filosofía a un nivel muy por encima de los niños de su edad.

Bajo el cobijo de Talmud, Einstein aprendió a desafiar los límites de lo establecido, a hacerse preguntas que nadie más se hacía y a explorar lo desconocido.

De adolescente, su curiosidad académica siguió creciendo al mismo ritmo que su mala relación con el profesorado.

Lo que le llevó a tener muchas dificultades para conseguir un buen trabajo al terminar sus estudios.

Finalmente tuvo que conformarse con un primer trabajo modesto en la oficina de patentes que, sin embargo, le permitiría tener tiempo para elaborar sus teorías.

De ahí nació la Teoría de la Relatividad, que revolucionaría el mundo de la Física y cambiaría nuestra comprensión del Universo para siempre.

El resto es Historia.

Albert Einstein no fue un mal estudiante.

Tampoco se le daban mal las matemáticas.

Y mucho menos fue un fracasado en el colegio.

Sí que fue un rebelde que necesitó que alguien viera algo especial en él.

Alguien que supiera colocar sobre sus hombros las expectativas correctas.

Años después, el propio Einstein reconocería que la confianza de Talmud, fue lo que le impulsó a abordar conceptos complejos, incluso cuando otros dudaban de su capacidad.

Nunca sabremos lo cerca que estuvimos de perder al físico más grande de todos los tiempos, con permiso de Isaac Newton.

Las expectativas que otros tienen sobre nosotros influyen más de lo que creemos en nuestro comportamiento.

Esto se conoce en psicología como el Efecto Pigmalión, un fenómeno ampliamente respaldado por numerosos estudios.

Todos somos conscientes de la importancia del entorno en el que vivimos.

Por eso vigilamos las amistades de nuestros hijos o elegimos mudarnos de barrio.

Lo que pasa es que a veces se nos olvida.

¿Crees que lo que opinas de tus amigos, tus hermanos o tu pareja no les afecta?

No te hagas trampas al solitario.

Todos ponemos más énfasis en lo negativo que en lo positivo.

Y eso tiene consecuencias.

¿Y lo que opinas de ti mismo?

No puedo hacerlo.

Soy demasiado viejo para cambiar.

Siempre me sale mal.

No tengo suerte en la vida.

Nunca……(rellena con lo que quieras)

Tú, yo y todos somo entorno.

Tú, yo y todos podemos ser un espejo positivo para los demás.

Puedes decir: “La próxima vez lo harás mejor” en lugar de “ Siempre lo haces todo mal”.

Puedes decir: “ El trabajo está en buenas manos contigo” en lugar de “ No la cagues con esto”.

Y, por supuesto, puedes dejar de decirte a ti mismo “ No puedo hacerlo” y empezar a pensar: “Aún no se cómo lo haré, pero aprenderé”.

Todo es cuestión de actitud y de confianza.

No necesitas tener todas las respuestas.

No tienes que hacerlo todo perfecto.

Basta con atreverte, aprender y avanzar.

El cambio empieza contigo.

¿Por qué no hacerlo hoy?

Te leo.

Iñaki Arcocha

[email protected]

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