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La mayor hazaña de la historia
Pekín 2008
Michael Phelps es considerado el mejor nadador de la historia y uno de los mayores atletas que ha conocido el deporte. Si la natación fuera un deporte de masas como el fútbol, el tenis o el baloncesto, comería en la misma mesa que Messi, Jordan o Federer.
No solamente es el deportista olímpico más condecorado de todos los tiempos, con un total de 28 medallas, sino que también mantiene el récord de más medallas de oro, 8 , en unos mismos Juegos Olímpicos.
Los logró en Pekín 2008, donde superó la mítica marca de su compatriota Mark Spitz, quien ostentaba un récord de siete medallas de oro desde Múnich 1972.
Si eres amante del deporte, seguramente recuerdas que la última medalla de oro individual de esos juegos la obtuvo en la que se considera la final más espectacular, emocionante y también más controvertida de una cita olímpica.
La final individual de los 100 metros mariposa era, sin duda, el desafío más complicado para lograr la hazaña de las 8 medallas de oro.
A pesar de ser la prueba que lo dio a conocer con su primer récord mundial, en los últimos años también era en la que ejercía menor dominio. Su compañero Ian Croker y, sobre todo, la estrella emergente de Serbia, Milorad Cavic, se interponían en su camino.
La final fue emocionante de principio a fin, con un público y un ambiente electrizante que llegaba al delirio. Al inicio, Cavic imponía su explosividad y pasaba primero en los 50 metros con autoridad, mientras Phelps parecía pagar el cansancio acumulado de todos los juegos y apenas podía girar en séptimo lugar.
Cavic le sacaba 59 centésimas, más de medio segundo, con solo 50 metros por nadar.
Una distancia insalvable, un mundo.
Menos para Phelps.
Phelps recortaba la distancia contra todos sus rivales de manera sublime. Cada brazada lo acercaba un poco más a la cabeza, donde Cavic seguía sin ceder.
Tan solo quedaban 5 metros, 4, 3, 2, 1 metro... y Cavic seguía en primer lugar.
En la última brazada, Cavic atacó la pared con una brazada submarina, siguiendo los cánones y la ortodoxia, seguro de su victoria final aunque fuera por la mínima ante Phelps.
Fue en ese momento cuando Phelps demostró su leyenda, tomando la decisión más gloriosa y arriesgada de su trayectoria profesional.
En lugar de hacer lo mismo que Cavic, que le habría condenado a ser segundo, se levantó sobre al agua y, superando un cansancio extremo, dibujó una brazada en el aire que le permitió golpear con más fuerza la pared que a Cavic.
Y digo bien, tocó con más fuerza que no antes la pared que Cavic.
En las imágenes del videomarcador, todos daban por vencedor a Cavic, quien parecía tocar la pared antes que Phelps. Sin embargo, el resultado que mostraba el cronómetro electrónico era que Phelps había ganado con apenas una centésima de ventaja.
La polémica estaba servida y tuvo su repercusión durante bastante tiempo, aunque la medalla se la llevará Phelps colgada del cuello.
Todo terminó cuando Sports Illustrated publicó un reportaje en el que se mostraba, fotograma a fotograma, como Cavic lideró toda la prueba hasta el último centímetro.
En el fotograma final, se veía cómo un estiradísimo Cavic rozaba la pared con la punta de los dedos, mientras que Phelps lograba golpear con la mano izquierda el cronómetro.
En natación, no se trata solamente de tocar primero, sino de hacerlo con la suficiente fuerza para que quede registrado.
El coraje y la ambición de Phelps marcaron la diferencia frente a la ortodoxia de Cavic, y el resto ya es historia del deporte.
Hasta aquí llega la historia oficial de la carrera y de los Juegos de Pekín, que Phelps redondeó al día siguiente con el octavo oro en los relevos de 4×100 libres.
Lo que poca gente sabe es que Phelps sufrió una grave lesión de muñeca apenas unos meses antes de la cita de Pekín.
El dolor que sentía era tan intenso que no podía entrenar ni llevar una vida normal. Para un nadador acostumbrado a entrenar durante 10 ó 12 horas diarias, resultaba una tortura no poder ejercitarse.
Si además estás a las puertas del reto de tu vida y de la Historia, la presión que debía soportar era inimaginable.
Phelps, lejos de rendirse, decidió que si no podía nadar propiamente dicho, al menos podía trabajar sus piernas y mejorar la técnica de la patada. Así que día tras día y semana tras semana, mientras su muñeca se recuperaba, se metía en la piscina y, apoyado en el borde, daba patadas sin parar.
¿Ganó por eso aquella final de los 100 metros mariposa? Es difícil saberlo, pero quiero creer que el trabajo bien hecho siempre da sus frutos.
Michael Phelps no se sentía especialmente motivado para entrenar de esa manera cuando se lesionó a pocas semanas de la cita más importante de su vida.
Lo hizo porque sabía que la constancia y la disciplina necesarias son lo que realmente te llevan más lejos en la vida.
La motivación es como la alegría: elusiva, caprichosa y poco confiable.
Ahora estás motivado y dentro de 15 minutos, no.
No puedes apostar dinero en base a tu motivación, pero sí puedes confiar en tu disciplina.
Sin duda, todo se hace más fácil y mejor cuando tienes el deseo y la emoción como motor para la acción.
Pero como dice mi admiradísimo Denzel Washington, sin compromiso no se puede comenzar, pero sin constancia, es imposible llegar a la meta.
Te leo.
Iñaki Arcocha
P.D.: Para disfrutar de la prueba completa y del imposible final.