La Mesa del Despacho

El Legado Continúa

Hace unos días tuve una conversación con un amigo del colegio que, sinceramente, me llegó al alma.

Gonzalo y yo no nos vemos mucho debido a la distancia, pero solemos chatear con cierta frecuencia.

Él es periodista freelance especializado en economía, finanzas y política, y de vez en cuando colaboro con él en algún artículo.

A mí me encanta la divulgación, y aparecer en prensa de vez en cuando no le viene mal a mi negocio, con lo que ganamos todos.

El caso es que el otro día, me comentó un tema de nuestra última colaboración y aprovechó para recordarme una anécdota de nuestra infancia.

Un momento, que sin duda, marcó el rumbo de mi vida.

Se trataba de aquella vez que me acompañó al despacho de mi padre en Bilbao, donde pasamos el día jugando y trasteando en su inmensa mesa de juntas.

Inmensa, al menos para los ojos de unos niños de 8 ó 9 años, que debíamos tener por aquel entonces.

En cualquier caso, fue una mesa en la que pasé muchísimos fines de semana durante esos años.

He contado muchas veces que mi afición por los cómics nació en aquella época.

Cuando mi padre, para mantenerme ocupado y evitar que me chivara a mi madre por no estar haciendo deporte, me compraba una pila enorme de cómics.

Pero además del amor por la lectura, aprendí algo más.

La fascinación por aquella mesa, aquél despecho y aquella biblioteca repleta de libros de mi padre, quedó en mí para siempre.

Mi padre solía decir que no quería trabajar para nadie porque quería ser él mismo el que decidiera cómo y cuándo jubilarse, si es que alguna vez lo hacía.

Y ese ha sido, precisamente, uno de mis mayores objetivos.

Ser mi propio jefe y poder elegir cuándo y cómo levantar el pie del acelerador.

Todo por esa mesa de despacho.

Lo más curioso es que yo no recordaba que Gonzalo hubiera estado conmigo en la oficina de mi padre.

Sin embargo, en cuanto lo mencionó, los recuerdos de aquel día vinieron a mi cabeza con un fogonazo.

Me parece increíble que una historia tan personal, que siempre pensé que sólo tenía significado para mí, también haya sido importante para otras personas.

Tanto, como para recordarla décadas después.

Eso me hizo pensar en lo bonitos, y a la vez inesperados, que son ciertos momentos de la vida.

Estoy seguro de que mi padre no planificó aquellos sábados de trabajo en su despacho con la intención de dejar una huella en mí.

Ni siquiera pudo imaginar el impacto que tendrían en su hijo.

Pero, sin duda, lo tuvieron.

Nos pasamos la vida tratando de crear recuerdos inolvidables para nuestros hijos con parques de atracciones, castillos hinchables y viajes exóticos, cuando la realidad es mucho más sencilla.

Sólo necesitas ser un buen ejemplo para ellos y quererles de verdad.

Lo demás vendrá solo.

Gonzalo cree que, en el futuro, mis hijos y sus amigos tendrán recuerdos similares conmigo de protagonista.

En mi caso, trabajo en casa, así que la mesa gigante de despacho será una mesa de cocina, pero él está convencido de que el efecto será el mismo.

Y yo creo que tiene razón.

También piensa que mi padre estaría orgulloso de mí si pudiera verme hoy en día.

De eso no estoy seguro y nunca lo estaré.

Pero lo que sí sé es el invaluable legado que me dejó con su ejemplo.

Si algún día logro transmitir ese mismo legado a mis hijos, entonces sabré, con absoluta certeza, que todo habrá merecido la pena y que seguí el camino correcto.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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