Cómetela

Lo importante viene después

¿Pagarías 250.000 euros por una piña?

No, ¿verdad?

Entonces te sorprenderá saber que esa era el precio que tenía en el siglo XVIII.

Al menos en Europa, donde fue traída desde Sudamérica en el siglo anterior.

En el año 1700, una piña costaba el equivalente a un coche de lujo de hoy en día.

El cultivo de la fruta en Europa era tarea casi imposible en aquella época.

Clima incompatible.

Tecnología de invernaderos poco sofisiticada.

Uso intensivo de mano de obra y de carbón para hacerlas crecer.

Todo ello la convertía en un bien muy escaso.

Y cuanto más escaso es muy bien, más caro resulta.

Y cuanto más caro, más exclusivo.

Su singularidad era tal que la gente las alquilaba para exponerlas en casa como símbolo de estatus.

Por supuesto, no se comían.

Se devolvían impolutas a su legítimo dueño.

Sí, amigos, el equivalente a tener un Lamborghini aparcado en la puerta era tener una piña en tu mesa en aquellos días.

Hoy tú haces lo mismo con tus piñas particulares.

El reloj caro.

La casa grande.

El número de seguidores en Instagram.

Símbolos que por sí solos no significan nada pero que a ti te hacen sentirte realizado.

No me malinterpretes, a mí también me pasa.

Soy un alquilador de piñas como el que más.

Y firme creyente de que los objetivos personales están ligados a los objetivos financieros.

Cuanto mejor te vaya en los segundos, más fácil será conseguir los primeros.

Pero ahí está la clave.

La riqueza es un medio para conseguir los verdaderos fines:

Libertad.

Tranquilidad.

Autorrealización.

Propósito.

En definitiva, lo que da sentido a la vida.

Dejarnos cegar por el símbolo efímero

es la mejor manera de perder de vista lo importante.

No caigas en esa trampa.

Deja de perseguir la fruta.

Y comienza a construir tu propio huerto.

Al fin y al cabo,

¿de qué sirve una buena piña si no puedes comértela?

Te leo.

Iñaki Arcocha

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