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Lo que aprendí en una Montaña Rusa
Y no es sólo que me he hecho mayor
Hace un par de semanas experimenté uno de esos episodios recurrentes de agobio multidireccional.
El trabajo se acumulaba sin cesar y mi lista de pendientes, soy de los que escriben listas de cosas por hacer, crecía constantemente. Por cada tres tareas tachadas, agregaba cuatro nuevas.
Además, coincidieron varios compromisos ineludibles que siempre tienen la mala costumbre de acumularse en los mismos días.
Y, como no, la evolución de las estadísticas de las redes sociales no me dejaban dormir a gusto.
El que dijo que el Demonio está en los detalles es porque no conocía el algoritmo de Tik Tok.
En definitiva fueron unos días en los que tenía una nube negra sobre la cabeza y me lamentaba de que el mundo conspirara contra mí.
Qué mala es la autocompasión y qué fácil es caer en ella.
En esas estaba cuando llegó la Semana Santa y pensé que era la oportunidad perfecta para desconectar y montar algún planazo con los niños.
Como me sentía culpable por haber estado tan absorto en el trabajo, planifiqué un viaje perfecto a un parque de atracciones en Madrid. Mi madre y mi hermana venían con mis sobrinos, así que mis hijos tendrían la oportunidad de disfrutar con sus primos de Bilbao.
¿Qué podría salir mal?
Pues todo.
El avión desde Zurich salió tarde y estaba hasta arriba. En el alquiler del coche, me dieron un modelo totalmente diferente al solicitado, y al llegar al hotel, nos asignaron una habitación más pequeña debido al overbooking de Semana Santa.
Para colmo de males, la previsión del tiempo cambió y pronosticaban lluvias intermitentes para el día siguiente en el Parque Warner.
Genial.
No vamos a necesitar la atracción de Aquaman porque la vamos a vivir en directo.
Con ese maravilloso humor, llevé a mi familia a la Warner y después de conseguir aparcar en el quinto pimiento, finalmente pudimos entrar y dirigirnos a la primera atracción: la montaña rusa más grande de todo el parque.
Dos lecciones de esa primera atracción:
1. Me he hecho muy pero que muy mayor.
2. No es recomendable desayunar mucho antes de meterse 5 loopings en el cuerpo a 110 km hora.
Pero la lección más importante fue la tercera: la cara de felicidad de mi hijo de 8 años una vez que la sangre regresó a su cara.
"¡Guauuuuu, quiero volver a montar, aita!"
El resto de la tarde transcurrió entre un sinfín de atracciones, durante las cuales intentaba disimular mi nerviosismo mientras mi hijo me empujaba de una atracción a otra.
El resto de la tarde transcurrió entre un sinfín de atracciones, en las que yo trataba de disimular mi canguelo, mientras mi hijo me empujaba de una atracción a otra.
Al final del día, me dijo que había cumplido un sueño y que había sido el mejor día de su vida.
¿De qué estaba preocupado exactamente la semana anterior?
No diré que eran cosas sin importancia porque mi trabajo, mis ambiciones y objetivos son importantes para mí.
Muy importantes de hecho.
Pero lo que sí diré es que no vale la pena preocuparse por aquello que eventualmente se solucionará, ni tampoco enfocar los viajes en detalles que no son realmente importantes.
La felicidad no se encuentra en un plan perfecto, sino al final de un vagón sobre raíles en el que crees que te vas a reencontrar con tu creador, y al final, lo que encuentras es la sonrisa de un niño que nunca ha sido tan feliz.
La próxima vez que estés muy preocupado, cierra los ojos, no comas mucho antes y tírate por una montaña rusa a toda velocidad.
O al menos recuerda que todo pasa y que los momentos más bonitos de la vida suelen llegar de las maneras más inesperadas.
Te leo.
Iñaki Arcocha