Lo que cabe en un Baúl

Desde Sueños a Destinos

El 4 de agosto de 1821 nació un niño en Anchay, Francia, llamado a cambiar el mundo de la moda para siempre.

Siendo el pequeño de cuatro hermanos en una humilde familia de campesinos y carpinteros, su futuro no era demasiado prometedor.

Después de perder a su madre e impulsado por sus sueños de grandeza, decidió trasladarse a París a los 13 años.

Estamos hablando de inicios del siglo XIX, por lo que recorrer los 400 kilómetros hasta la capital francesa era una auténtica odisea.

Necesitó más de dos años caminando para llegar a su destino, trabajando en lo que pudo durante el trayecto para poder sobrevivir.

Esa experiencia vital le serviría más adelante mucho más de lo que pudo llegar a imaginar.

Finalmente, en 1837, llegó a París justo a tiempo para cumplir los 16 años.

La ciudad de la luz le enamoró desde el primer instante.

En aquella época, París ya era una capital vibrante, llena de vida y de oportunidades para un muchacho de la aldea rural.

Entre sus mercados, talleres y la atrayente aristocracia parisina, descubrió un universo fascinante… y también una oportunidad.

Lo primero que llamó su atención fueron los comerciantes de pieles que llegaban a diario a la ciudad y sus dificultades para transportar su producto.

Los baúles de la época eran pesados, ovalados y muy poco resistentes a los golpes que sufrían en el transporte.

Por si fuera poco, eran todos horriblemente feos.

Ahí, Louis vio su momento.

Trabajó como aprendiz para Monsieur Marechal, dueño de uno de los mejores talleres de baúles de la ciudad.

Absorbió todo lo que pudo sobre el oficio y sobre las necesidades de los comerciantes y de la fascinante alta sociedad parisina.

En 1854, con sus escasos ahorros pero cargado de experiencia e ilusión, lanzó su propia compañía.

Louis Vuitton Malletier.

Sus baúles, a diferencia de todos los demás, eran planos, resistentes e impermeables.

Y, por supuesto, elegantes y sofisticados.

El resto es historia.

No importa de dónde vengas.

No importa cuáles sean tus orígenes.

Muchas veces los comienzos más difíciles son los más prometedores.

No es casualidad que muchos empresarios de éxito no provengan de la alta sociedad precisamente.

Oprah Winfrey, Howard Schultz (Starbucks), Amancio Ortega (Inditex), Sam Walton (Walmart), entre otros, comenzaron desde lo más bajo.

Tampoco lo es que los únicos que pueden dilapidar una gran fortuna, sean sus herederos.

¿Significa esto que comenzar con pocos recursos sea una bendición?

No.

¿O que heredar una fortuna te condene al fracaso?

Tampoco.

A veces, es la necesidad lo que te empuja, otras, un desafío inesperado o el ejemplo que has visto en casa.

Yo nunca habría montada mi propia empresa si no hubiera escuchado las historias de mi padre sobre la suya.

Cada cual tiene su historia y sus circunstancias.

Lo mejor es no obsesionarse con el punto de partida, sino con la dirección en la que quieres avanzar.

Porque mucho más importante que dónde empiezas, o si lo haces pronto o tarde, es tener un claro propósito y toneladas de determinación.

¿De qué están hechas todas las grandes historias de superación?

De determinación, de constancia, de inconformismo….

Y de ese deseo ardiente de llevar a buen puerto una idea que no te deja dormir.

Cuando sabes a dónde vas, lo único que importa es seguir avanzando.

Porque aunque tengas que caminar descalzo durante dos años, sabes que al final merecerá la pena.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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