Lo que Pudo Ser y No Fue

Nunca nos arrepentimos de haberlo intentado

Me acuerdo perfectamente de la primera chica que me gustó.

Yo aún estaba en la guardería y, como todavía no sabía leer ni escribir, le pedí a una prima que era unos años mayor que yo que escribiera cartas de amor en mi nombre.

O todo lo que podían ser unas cartas de amor “escritas” por un niño de 4 años que tendría entonces.

El caso es que la destinataria de esas cartas era Lucía, una niña rubita con el típico parche en un ojo que usaban los niños con problemas de visión en aquella época.

Cuando mi madre se enteró de que me gustaba una niña a tan corta edad, se llevó un disgusto porque siempre había querido ser "la madre del curita”.

Historia para otro día sin duda….

El caso es que nunca fui capaz de hablar con Lucía y desconozco qué pasó con aquellas cartas infantiles que tampoco ella era capaz de leer por sí misma.

Esa timidez con el sexo opuesto se repitió muchas más veces a lo largo de los años.

Muchas más veces de las que me habría gustado desde luego.

Está aquella amiga de verano que nunca pasó de eso, la compañera de la universidad a la que me atreví a hablarle demasiado tarde, o la vecina de Bilbao con quien coincidía constantemente pero nunca me decidí a saludar.

El mito de que los vascos no ligamos ni por casualidad es tristemente cierto. Al menos en mi época, que la tecnología ha ayudado mucho en este sentido a las nuevas generaciones.

Suerte que tienen.

Mirar hacia atrás y recordar todas esas historias no me genera ni un atisbo de frustración. Al contrario, me hace mucha gracia pensar en lo pardillo que era y lo absurdo de algunas situaciones.

Lo que sí siento es algo de arrepentimiento.

No en el sentido de lamentar lo que pudo ser y no fue, sino más bien en el sentido de haber preferido intentarlo y fracasar que no haberme quedado paralizado sin hacer nada.

Si en todas esas ocasiones hubiera recibido una negativa, estoy seguro que hoy me seguiría riendo de ellas pero habría aprendido muchas lecciones por el camino.

No habrían sido fracasos per se, sino oportunidades de aprendizaje y también de mostrar valentía. No me autoengaño y tengo claro que si no moví ficha en ninguna de aquellas ocasiones, fue por pura y simple cobardía.

La vida está hecha para los valientes y la duda no es más que una herida silenciosa que nunca se cierra y que rara vez se olvida.

La inmensa suerte que tengo es que al final, con la persona que verdaderamente importaba, me atreví (en más de un sentido) y ella me dijo que SÍ.

Se dio la maravillosa coincidencia de que los dos estábamos escondidos en el mismo sitio.

Te leo.

Iñaki Arcocha

 

 

 

La suerte que tuve es que la última, y la mejor, me dijo "Sí".