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Los ojos son la puerta del alma
Aunque no guste a los jugadores de Póker
Lucy, es la Australopithecus afarensis más famosa y conocida del mundo. Este ancestro del Homo Sapiens vivió hace más de 3 millones de años en la zona de la actual Adís Abeba en Etiopía.
Gracias a los escasos restos mortales de Lucy, apenas un 40% de un esqueleto completo, hemos ido llenando los vacíos del desarrollo de los homínidos, que originalmente vivían exclusivamente en los árboles, a la fase en que comenzaron a erguirse sobre sus patas traseras. Que me perdonen los Creacionistas, pero la explicación de la evolución humana no estaría completa sin ese paso trascendental de caminar sobre cuatro patas a hacerlo sobre dos.
La primera lección que nos enseña Lucy es que los músculos superiores de los Australopithecus estaban altamente desarrollados y enfocados en la habilidad de arrojar piedras. ¿Por qué? Al bajar de los árboles, se encontraban más expuestos a depredadores más veloces y fuertes que ellos. La solución evolutiva fue desarrollar una gran capacidad para lanzar piedras, pero esto se complementó con un factor aún más crucial: la cooperación social.
De poco le habría servido a Lucy saber lanzar una piedra contra un león mucho más grande que ella si no hubiera podido coordinarse con otros congéneres para colaborar en la tarea y alertarse mutuamente ante la presencia del peligro. Hace ya 3 millones de años, el prototipo del humano actual demostraba su capacidad para relacionarse con sus semejantes en pos de un bien superior.
La tecnología del lanzamiento de piedras es sin duda útil, un vasco como yo, que ama el deporte rural de levantarlas sobre el hombro no puede opinar lo contrario, pero sin duda no es la más trascendente de la historia humana. El descubrimiento del fuego sin duda fue la herramienta fundamental de la antigüedad pero yo voy a destacar una tecnología evolutiva mucho menos conocida.
El Homo sapiens es el único homínido que presenta la esclerótica del ojo de color blanco, lo que comúnmente conocemos como el "blanco del ojo". A diferencia de los simios y chimpancés, cuya esclerótica es marrón, este rasgo en los humanos facilita la expresión de emociones y, más crucial aún, la comunicación de intenciones. Aunque los simios cooperan entre sí, lo hacen desde un enfoque esencialmente egoísta, colaborando únicamente si ello beneficia sus intereses individuales. En contraste, el Homo sapiens ha desarrollado una capacidad única para la cooperación basada en la comunicación de intenciones y emociones más allá de la simple competencia por recursos como alimentos, refugio o parejas.
Sí, yo también conozco a muchas personas que encajarían perfectamente en esa definición pero afortunadamente, la mayoría de las personas no nos comportamos siempre de esa manera. Es por eso que la evolución nos ha bendecido con un fondo de ojo blanco, de modo que sea mucho más fácil transmitir a los demás lo que sentimos, con tan sólo mirarles o que nos miren a los ojos.
Uno de los mayores milagros cotidianos es la capacidad de comunicarnos con los ojos sin necesidad de pronunciar una sola palabra, incluso entre completos desconocidos. Los duelos al estilo del cine en el Ok Corral no tendrían el mismo impacto si no tuviéramos el fondo del ojo blanco. Por no hablar de las miradas furtivas a la chica del fondo del bar cuando creemos que nadie se da cuenta.
Y por eso es tan difícil ser buen jugador de póker sin usar gafas de sol. Tus ojos delatan tus intenciones y tus jugadas.
Disfruta y haz disfrutar de tus miradas, siempre valen más que mil palabras.
Te leo.
Iñaki Arcocha