Honestidad y Prejuicios

La Lección de Don Álvaro

Don Álvaro Alonso es uno de los profesores del colegio Gaztelueta que guardo con más cariño en mi memoria.

Durante mis años en el colegio, enseñaba Literatura y Lengua, dos de mis asignaturas favoritas junto a Física y Química.

Sí, te pueden gustar las ciencias y las letras al mismo tiempo.

Algunos somos así de raritos, sorry.

Don Álvaro, porque por muchos años que pasen, siempre llamaré de usted a mis profesores, ejemplifica el profesor que no sólo ama su asignatura, sino que se esfuerza para que sus alumnos también la disfruten.

Uno de los mejores momentos en aquellas aulas fue cuando nos leyó un cuento, a simple vista sencillo, sobre un hombre que se agobiaba al quitarse un jersey de lana.

La historia en sí era buenísima, pero lo que realmente la hizo sublime fue la pasión de Don Álvaro al contarla.

Me da mucha rabia no recordar el título ni el autor porque me encantaría releerla.

Lo que sí que no puedo olvidar, fue el día que me echó de clase.

Fue la única vez que yo recuerde que un profesor me expulsó del aula en los doce años que estuve en el colegio.

Huelga decir que la expulsión fue totalmente merecida.

Un mal día lo tiene cualquiera y la verdad es que con 16-17 años éramos, por decirlo suavemente, unos asilvestrados de campeonato mundial.

Sin embargo, aquél episodio no enturbió en absoluto nuestro relación.

De hecho, ese año de bachillerato obtuve las mejores notas de mi vida: 9,75 - 10,25 y 10,75.

Era de los empollones de clase, culpable.

No te preocupes que luego la universidad me puso en su sitio.

Pero esa es historia para otro día.

Don Álvaro premiaba la corrección gramatical con un punto extra en los exámenes, aunque fueran sobre 10.

El objetivo de ese punto extra no era ayudar a los alumnos a pasar los exámenes, sino resaltar la importancia y el valor de escribir correctamente.

Algo que, desgraciadamente, se ha perdido con el tiempo.

Y no me vengas con que hoy en día tenemos el corrector automático, porque ni aún así la gente escribe bien.

Más allá de su estilo innovador a la hora de evaluar, Don Álvaro también nos respetaba como personas.

No nos trataba como niños o simples adolescentes, sino como futuros adultos a los que quería inculcar valores que iban más allá de su materia.

Un ejemplo perfecto era la forma tan peculiar de diseñar sus exámenes.

Mientras lo común es que los profesores te pidan poner tu nombre al principio, en los exámenes de Don Álvaro, el nombre siempre iba al final.

Un día nos confesó la razón de hacerlo así.

“ Yo sé que no os caigo bien a todos vosotros”

“Pero, ¿creéis que al revés no ocurre lo mismo?”

“No todos me resultáis simpáticos”

“Sin embargo, eso no es excusa para trataros de manera injusta“

Por eso, para evitar que su subconsciente influyera en la evaluación, pedía poner el nombre al final del examen.

Y por la parte de atrás, además.

En el colmo de su sinceridad, nos confesó que, ni siquiera así, el método era infalible.

“La pena es que a algunos de vosotros ya os conozco la letra al dedillo, pero contra eso no puedo hacer nada”.

Bravo.

Aquella revelación me dejó sin palabras.

Y me atrevo a decir que le pasó lo mismo al resto de mis compañeros, incluso a aquellos que no le tenían entre sus favoritos.

Nunca se me había ocurrido, que al igual que nosotros teníamos nuestras filias y fobias con los profesores, a ellos les pasaba exactamente lo mismo con nosotros.

Fue una lección sobre el subconsciente, los prejuicios y la justicia que jamás he olvidado.

Porque, al final, lo importante no es pretender ser perfectos ni objetivos, eso es imposible.

Mucho mejor es ser conscientes de nuestras limitaciones, actuar con integridad y no dejarnos arrastrar por ellas.

Al igual que Don Álvaro, todos podemos aprender a ser más justos, no negando nuestros sesgos, sino reconociéndolos y tratando de minimizarlos con el tiempo.

Después de todo, la verdadera justicia no es perfecta, pero sí debe ser honesta.

Ser honesto contigo mismo y con los que te rodean, pasa por reconocer tus fallos y ser responsable de tus actos en base a ellos.

Y tú, ¿qué piensas? ¿Mejor el nombre al principio o al final?"

Te leo.

Iñaki Arcocha

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