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Nadie dijo Nada
Pero Tú Sí
Los locos años 20 fueron una época increíble en EE.UU.
La industrialización transformó el país económica, social y tecnológicamente, dejando un legado hasta nuestros días.
Es imposible hablar de aquellos años sin mencionar a Henry Ford, quien popularizó la producción en masa, o a Andrew Carnegie, el Rey del Acero.
Carnegie revolucionó la industria al introducir tecnología y nuevos métodos de producción que hicieron de su empresa, Carnegie Steel, la más importante del mundo.
En 1901, vendió la empresa a J.P. Morgan por 480 millones de dólares de la época, el equivalente a más de 15.000 millones actuales.
Convertido en el hombre más rico del mundo, dedicó el resto de su vida a la filantropía, fundando universidades y fomentando la educación a nivel mundial.
El auge de la Carnegie Steel Company coincidió con los años en los que Charles M. Schwab estuvo al frente de la misma.
Schwab era el protegido de Carnegie y fue el primer estadounidense en ganar 1 millón de dólares de salario (unos 15 millones de dólares actuales).
¿Ganaba tanto por ser un maestro del acero?
No.
¿Era un genio de los negocios?
Tampoco.
Su verdadero talento era algo mucho más valioso y que compartía con Carnegie: sabía tratar a las personas.
Hoy en día, temas como la motivación de equipos, la gestión del liderazgo y demás historias son bastante habituales.
Quien más quien menos ha recibido una formación en su trabajo, leído un libro o escuchado un podcast al respecto.
Pero en los años 20 era un auténtica novedad el preocuparse por la manera de dirigirse a los empleados y compañeros.
Schwab, era consciente de que no era la persona con más experiencia dentro de la industria y que estaba al cargo de una de las empresas más importantes del país y del mundo.
Su misión era sacar lo mejor de su plantilla y que la empresa continuara su ascenso imparable.
Y la mejor manera que se le ocurrió para lograrlo fue algo revolucionario: asegurarse que la gente estuviera contenta en su puesto de trabajo.
Tan obvio y tan complicado de llevar a la realidad.
Tanto entonces como ahora.
Schaw nunca reprendía.
Jamás criticaba.
Y siempre tenía una sonrisa en la cara.
Conseguía lo mejor de su equipo contagiándoles su entusiasmo y elogiándoles.
Resaltaba todo lo bueno que hacían y enfocaba los errores desde el lado positivo.
Ahora ya sabemos como no hay que hacerlo, por lo que la próxima vez será mejor.
Su principal propósito era acabar con el viejo proverbio que atenaza a la mayoría de las personas:
Una vez lo hice mal y eso me persiguió toda la vida. Dos veces lo hice bien, pero nadie dijo nada.
Schaw sí que lo decía.
Continuamente.
No pensemos tampoco que aquello era un parque de atracciones ni que todos los días eran días de fiesta.
Hay momentos en los que la tensión, la urgencia y el estrés nos van a exigir un extra de concentración y dedicación.
Pero eso no impide que tratemos de potenciar lo mejor de las personas que nos rodean, especialmente en los momentos más complicados.
Siempre digo que un equipo que va ganando 3-0 no necesita aplausos, ya sabe que lo está haciendo bien.
Lo que realmente necesita es apoyo cuando pierde 0-3 y nada le sale como debería.
Justo lo contrario a lo que vemos todos los días.
Schaw creó un entorno donde las personas daban lo mejor de sí mismas, especialmente en los momentos más difíciles.
Los grandes líderes saben que no están para mandar.
Su verdadera misión es crear el contexto que permita brillar a los demás.
No contrates a personas para decirles qué hacer, sino para darles las herramientas y el entorno que les permita hacer lo que ya saben hacer mejor que nadie.
El propio Carnegie lo dejó por escrito en su epitafio:
Aquí yace alguien que supo rodearse de personas más inteligentes que él.
Si tienes la oportunidad de elogiar, hazlo.
Si te surge una crítica, dale una vuelta.
Saca lo mejor de quienes te rodean.
Porque, al final, ayudar a los demás a dar lo mejor de sí mismos también saca lo mejor de ti.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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