No Apagues la Luz

Siempre vuelve a amanecer

El fin de semana pasado fue mi despedida de soltero en Estocolmo.

La segunda.

O tercera.

O cuarta, según se mire.

Yo ya me entiendo.

El caso es que mis buenos amigos de Ginebra me organizaron un viaje muy loco en la ciudad donde no se pone nunca el sol.

Al menos en esta época del año.

Anochece, y no del todo, a las 22:00.

Y es completamente de día a las 3:00 a.m.

Lo mejor para no dormir.

Justo lo que necesitas en cualquier despedida de soltero que se precie.

Yo me retiré mucho antes que el resto y estoy igual de perjudicado que los demás.

Así que supongo que también estoy bastante más viejo.

La vida.

El caso es que nos reímos mucho, nos hizo buen tiempo y, entre copas y chupitos, también tuvimos esas conversaciones que se te quedan grabadas para siempre.

Una de ellas, en especial.

No, esa no.

Una que sí puedo contar.

¿A quién prefieres a tu lado?

¿A una persona optimista o a una persona positiva?

No, no es lo mismo.

La persona positiva ve siempre el vaso medio lleno.

Pase lo que pase, todo está bien.

Todo tiene su lado bueno.

El optimista, en cambio, reconoce lo malo.

No lo niega.

Pero cree, con toda su alma, que puede mejorar.

No se conforma con una visión edulcorada e irreal de la vida.

Sino que es capaz de encender una vela en plena oscuridad.

Por el lado negativo se entiende aún mejor.

¿Tienes algún amigo que va por la vida con una nube encima?

¿Que se queja de todo?

¿Incluso cuando le pasa algo bueno?

Ese es el cenizo clásico.

El agonías.

Mr. Me odia la vida y yo a ella.

Y luego está el pesimista.

Que puede llegar a ser incluso más molesto.

Porque sabe que el mundo no es tan gris,

pero se empeña en pensar que todo va a empeorar.

Irremediablemente.

El típico del “sí, pero…” o del “ no me lo creo mucho”.

Y claro, termina teniendo razón.

Porque lo que llamas… te acaba viniendo.

Yo me considero un optimista racional.

Reconozco que el mundo no es perfecto,

y aún así, confío en que va a mejorar.

No con fe ciega, sino con hechos.

Con razones.

Con pruebas.

Mis colegas decían que era mejor ser optimista.

Porque se sufre menos.

Ver la vida de color de rosa ayuda a sonreír.

Discrepo.

Prefiero vivir en la realidad, aunque no sea perfecta, antes que en un mundo que no existe.

Además, ¿qué mérito tiene verlo todo bien?

¿De qué te sientes orgulloso si no hay adversidad que superar?

No.

Me parece mucho más valioso enfrentarte al reverso tenebroso.

A tus miedos.

A tus dudas.

A tus inseguridades.

Y esperar, en la noche más oscura, la llegada del amanecer.

No es cuestión de carácter.

Es una elección.

Una actitud.

Viktor Frankl lo resumió mejor que nadie:

A un hombre se le puede arrebatar todo, salvo una cosa: la libertad de elegir su actitud ante cualquier circunstancia.

En los campos de concentración nazis no sobrevivieron los más fuertes ni los más inteligentes.

Sino los que mantuvieron la esperanza hasta el final.

Los que, incluso con lágrimas en los ojos, encontraban una razón para sonreír.

Así que no lleves paraguas en un día despejado.

No apagues las luces cuando brilla el sol.

Finge, si quieres, que nunca se hace de noche.

O haz algo mejor:

Enciende una vela cuando te pierdas.

Lo único que nunca puedes hacer es perder la esperanza.

Para quien busca, siempre habrá un nuevo amanecer.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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