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No busques las llaves fuera
Cuando sabes que las dejaste en casa
El otro día, volviendo a casa, me encontré con uno de mis vecinos buscando algo debajo de una farola.
"Perdona, ¿has perdido algo? ¿Te puedo ayudar?".
“Sí, he perdido las llaves de casa y no las encuentro”.
"No te preocupes, yo te ayudo a buscarlas. Mira por ese lado y yo me ocuparé de esta zona".
Después de un rato de buscar sin éxito las llaves, le pregunté a mi vecino:
“No aparecen, ¿ estás seguro de que se te han caído en la calle?”.
"No, no, sé que las he perdido en casa".
"Entonces, ¿por qué las buscas en la calle?".
“Porque en mi casa está muy oscuro y aquí hay luz”.
Existen múltiples versiones de esta fábula conocida como "La Parábola de la Farola", todas ellas destacan la tendencia humana a buscar soluciones soluciones fuera, cuando las respuestas las tenemos dentro.
Además, los hacemos en una doble vertiente: por un lado, valoramos la opinión de desconocidos por encima de la de nuestros seres queridos, y por otro lado, buscamos el camino fácil aunque sepamos que no es el correcto.
A mí me pasa constantemente con mi madre: a pesar de mis más de 20 años de experiencia trabajando en los mercados financieros, mi opinión sobre economía parece tener menos valor que los comentarios de la vecina del quinto.
Como ya me conozco la historia, cada vez que le quiero dar mi opinión sobre algún tema de actualidad, le digo que es algo que me han contado en la cola del supermercado.
No falla nunca.
La segunda lectura de la historia nos alerta sobre el error de buscar las soluciones a nuestros problemas en el lugar equivocado.
Nuestra felicidad, estabilidad e incluso nuestra autopercepción dependen con demasiada frecuencia de la opinión que tienen terceras personas de nosotros.
Personas que en muchísimas ocasiones ni siquiera conocemos o con las que apenas tenemos una mínima relación.
¿Qué sentido tiene vivir nuestra vida a través de los ojos de los demás?
Buscamos ser queridos porque a menudo no sabemos querernos a nosotros mismos. Anhelamos el elogio y la validación constantes porque dudamos de nuestras capacidades y del mérito de nuestros logros.
Desesperadamente necesitamos que el ruido de las voces externas ahogue la vocecita interior que nos hace dudar de nosotros mismos.
A medida que envejecemos se hace más difícil cambiar esta dinámica porque los hábitos, la comodidad y la propia inercia de la vida, no nos deja espacio para reflexionar.
O al menos eso nos decimos a nosotros mismos para poder dormir mejor por las noches.
El problema está en que olvidamos que, aunque la vida solo se vive hacia delante, la única manera de comprenderla es mirando hacia atrás.
Pregúntate qué es lo que quieres recordar dentro de 20 años y si prefieres que esos recuerdos dependan de las opiniones de los demás o de lo que ya tienes dentro de ti.
Te leo.
Iñaki Arcocha