No la Busques

Deja que te Encuentre

Un buen día, una profesora les propone un experimento a sus alumnos.

Lo primero que deben hacer, y que más les emociona, es inflar un globo dentro de clase.

¿A qué niño no le gusta inflar globos?

Siguiente paso, escribir su nombre bien claro con un rotulador.

Y, a continuación, la fiesta.

Los alumnos lanzan los globos al pasillo de la escuela y empiezan a rebotar por todas partes.

La traca final es salir a buscar cada uno el suyo.

¿Cuál fue el resultado?

Un caos absoluto.

Tropiezos.

Empujones.

Nervios.

Tardan un mundo en conseguirlo.

Pero al final, cada niño encuentra el globo con su nombre.

Entonces, la profesora les propone repetir el experimento.

Sólo que con un pequeño giro.

Esta vez, en lugar de buscar su propio globo, cada niño debe coger el primero que vea, leer el nombre y dárselo a su dueño.

Magia.

En treinta segundos, todos los niños tienen su globo.

Y una sonrisa.

De felicidad.

Porque la lección era esa.

Los globos representan la felicidad.

Si te empeñas en buscar la tuya, puedes pasarte la vida entera corriendo detrás de algo que nunca llega.

Pero si te dedicas a procurar la de los demás, la tuya te encontrará a ti fácilmente.

¿Nunca te ha pasado que te hace más feliz hacer un regalo que recibirlo?

¿Nunca te han llevado un café sin pedirlo o te han dejado un post it con un mensaje bonito?

¿Qué me dices del día de tu cumpleaños?

Esa sensación indescriptible cuando la gente se acuerda de ti.

Todo el mundo, tarde o temprano, recoge lo que siembra.

Siempre y sin excepción.

Nuestro ego nos empuja a pensar en nosotros mismos y ponernos los primeros de la lista.

No digo que esté mal.

Nadie puede dar lo que no tiene.

Pero eso no es felicidad.

Es supervivencia.

La felicidad se encuentra en otra parte.

Lo vivo a diario con mis hijos.

Aita, ¿me ayudas con los deberes?

Aita, ¿nos cuentas un cuento para dormir?

Aita, ¿me acompañas al baño que tengo miedo?

Claro que sí, hijo.

No tengo nada mejor que hacer.

Gracias, aita.

La verdad, no imagino una mejor manera de saber que estoy donde tengo que estar.

Si tú conoces otra, me la cuentas.

O mejor aún…practícala.

Yo ya tengo mi ración diaria de abrazos cubierta.

Ahora te toca a ti.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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