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No lo Vas a Saber
Ni Falta que Hace
Cine y superhéroes.
Dos de mis mayores pasiones.
Christopher Nolan.
Probablemente el mejor director de la actualidad.
Batman Begins.
Reinvención del héroe de Gotham desde un prisma más adulto.
Más realista.
Un peliculón que no me canso de ver.
Sobre todo, una escena que no puedo quitarme de la cabeza.
Que me encoge el corazón y me estruja el estómago.
Puede pasar desapercibida a simple vista, pero tiene un subtexto alucinante.
Al final de la película, Batman y el Comisario Gordon se encuentran en una azotea.
La tragedia se ha evitado y Gotham City está a salvo gracias al Caballero Oscuro.
Gordon le dice:
Nunca te he dado las gracias.
A lo que Batman responde:
Y nunca tendrás que hacerlo.
Salta al vacío y se aleja planeando entre los edificios.
Fin.
Sólo que no lo es.
Hay un trasfondo oculto.
Batman no le dice a Gordon que no tiene que agradecérselo por ser su trabajo.
No.
Se lo dice porque fue Gordon quien consoló al pequeño Bruce Wayne cuando asesinaron a sus padres a la salida del teatro.
Cuando se sentía culpable por haber salido antes de tiempo.
Por haber sentido miedo durante la función.
Culpa.
Miedo.
Y un policía que se preocupa por él y le dice que todo estará bien.
Ese gesto de humanidad, en el peor momento de su vida, fue el ancla al que se aferró el joven Wayne hasta hacerse mayor.
Hasta regresar convertido en Batman, para devolverle el favor al Comisario Gordon y, por extensión, a toda la ciudad.
Nadie sabe quién está detrás de la máscara del murciélago.
Ni falta que hace.
Porque la mayoría de las veces no tenemos ni idea del impacto real que tenemos en los demás.
Un comentario.
Una pequeña ayuda.
Un simple gesto al que no das mayor importancia.
Pueden suponer mucho más de lo que llegamos a imaginar.
Mi tío me abrazó llorando en la cocina de mi casa el día que murió mi padre.
No lo esperaba allí.
Nunca le había visto llorar.
Jamás he olvidado aquella muestra de dolor, que sólo pretendía compartir un vacío que no se puede explicar.
Hace poco, un amigo me recordó algo que yo le dije meses atrás y que hizo que cambiara un aspecto importante de su vida.
Ni me acordaba de aquella conversación.
Y tengo muy buena memoria.
No todo impacto es visible.
No todas las huellas dejan marcas.
Pero están ahí.
Créeme, siempre están ahí.
Pero ¿sabes qué?
Que tampoco hace falta que lo sepas para que importe.
No es necesario que nadie llegue a agradecértelo nunca.
Con saber que existe la posibilidad, es más que suficiente.
La próxima vez, no lo dudes.
Da ese abrazo.
Regala una sonrisa.
Descuelga el teléfono y pregunta qué tal estás.
Cualquier pequeño gesto de humanidad merece mucho la pena.
Puede que estés salvando a alguien sin saberlo.
Puede, incluso, que a quien rescates sea a ti mismo.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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