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No somos una Tabla Rasa
Acepta lo que no puedes cambiar
Mis dos hijos, Iñaki y Ander, de 8 y 6 años respectivamente, no podrían ser más diferentes entre sí.
Físicamente, el mayor es grandote y torpón, con el pelo medio rizado, mientras que Ander es pequeño y delgado, con el pelo muy liso.
En cuanto a su carácter, las diferencias son aún más notables.
Iñaki es mucho más abierto y extremo, tanto en la risa como en el llanto, y verbaliza todo lo que piensa.
Por otro lado, Ander es reflexivo y tranquilo, mostrando su cariño a través de actos y no tanto con palabras.
Antes de ser padre, siempre creí en el poder que tienen los progenitores de influir en el carácter de sus hijos. Pensaba que cuando veía niños con buen o mal comportamiento, era un reflejo directo de la educación que habían recibido.
No podría estar más equivocado.
Me sacó del error, como siempre, un libro.
En este caso, “La Tabla Rasa” de Steven Pinker.
En esta genial obra, el profesor de psicología de Harvard explica cómo la teoría del buen salvaje, que sostiene que todos nacemos buenos o al menos como un lienzo en blanco y que es la sociedad la que nos transforma, está profundamente equivocada.
Por supuesto, nuestra experiencia vital, las decisiones que tomamos y el entorno social influyen significativamente en nuestra forma de ser. Sin embargo, no podemos ignorar que nacemos con un equipamiento de base que tiene tanta, si no más, influencia que el entorno.
En “La Tabla Rasa”, Steven Pinker detalla experimentos realizados con gemelos univitelinos, aquellos que comparten exactamente la misma carga genética, que fueron separados al nacer y criados en familias completamente diferentes en todos los aspectos.
Años después, se analizó el comportamiento y forma de ser de los gemelos y se descubrió que se parecían mucho más entre sí, aún sin haberse visto nunca, que a sus hermanos no biológicos con los que convivían.
La lectura del libro fue bastante dolorosa al principio, porque me mostró que, por mucho que quiera lo mejor para mis hijos, hay cosas que quedan fuera de mi control.
Al mismo tiempo, supuso una gran enseñanza que me ha servido en muchos ámbitos de mi vida.
Si nos parecen aborrecibles las técnicas farmacológicas o quirúrgicas para modificar la personalidad de un adulto, ¿por qué nos parece aceptable que los padres intenten alteren la de sus hijos pequeños?
Entiendo la distancia entre ambos planteamientos, pero si lo piensas bien, no son tan diferentes.
La lección que yo saco es que hay cosas en la vida que no podemos, y que de hecho, no deberíamos cambiar ni manipular.
“ A veces no tienes que entenderlo, tan sólo aceptarlo y respetarlo”.
Nos encontramos continuamente con personas que piensan diferente a nosotros, que tiene otros gustos o simplemente una forma distinta de entender la vida.
Nuestro impulso suele ser intentar cambiar o convencer a esas personas, aunque sabemos que la mayoría de las veces no lograremos hacerlo.
La impuntualidad de mi mujer, que mi madre me siga llamando “nene” aunque tenga 45 años o que me siga afectando el jet lag a pesar de viajar más que Willy Fog, son cosas que no voy a poder cambiar.
Me queda luchar contra las mareas o simplemente aceptarlo y enfocarme en las cosas que realmente pueda cambiar y mejorar.
Y esas siempre son las que están en tu interior, las que tú mismo realizas y no los demás.
Te leo.
Iñaki Arcocha
P.D: El maravilloso libro de Pinker.