No me Trates Así

Que No soy Tú

Trata a los demás como te gustaría que te trataran a ti.

¿Qué buen consejo, verdad?

Sólo que no lo es.

Nelson Mandela lo entendió muy bien durante su lucha contra el apartheid, y posteriormente como presidente de Sudáfrica.

Después de pasar 27 años encarcelado por su papel en la lucha contra la segregación racial, Mandela tenía todas las razones del mundo para cobrarse debida venganza cuando se hizo presidente en 1994.

Sin embargo, optó por la vía de la reconciliación nacional y la unidad en un país profundamente fracturado

Como presidente, tuvo que tomar muchas decisiones difíciles y, en su caso, tratar a los demás como le hubiera gustado que le trataran a él, simplemente no era posible.

Las necesidades de los dos bandos estaban demasiado alejadas.

El ejemplo paradigmático de esta división se encontraba en el equipo nacional de rugby, los famosos Springboks.

Un símbolo del privilegio blanco que muchos pedían a gritos desmantelar o al menos eliminar su simbología.

Mandela optó por el camino contrario.

Se puso su camiseta, asistió a sus partidos y los apoyó públicamente contra viento y marea.

Optó por la Unidad.

Optó por la Reconociliación.

¿Era lo que le pedía el cuerpo después de lo que le hicieron a él?

En absoluto.

¿Era lo que más le convenía políticamente?

Menos.

¿Era lo que todos esperaba de él?

Más bien lo contrario.

El resultado fue el proceso de reconciliación racial más improbable y asombroso de la historia.

Además, contribuyó a la imposible victoria en el Mundial de Rugby de 1995, celebrado en sudáfrica.

La frase del capitán sudafricano, François Pienaar, al recoger el trofeo, lo dice todo:

“No jugamos por nosotros mismos, jugamos por 43 millones de sudafricanos”.

Dicho por un afrikaner, perteneciente a la élite gobernante anterior a Mandela, y más blanco que la nieve de Groenlandia.

Juego, set y partido para Mandela.

No hace falta irse tan lejos para encontrar ejemplos de este tipo.

Cualquiera que sea padre y tenga más de un hijo sabe de lo que hablo.

Mis hijos, Iñaki y Ander, no pueden ser más diferentes entre sí.

Uno es movido, inquieto y nervioso.

El otro es tranquilo, calmado y más serio.

¿Debo tratarlos de la misma manera?

¿O como me trataron a mí a su edad?

Mala estrategia.

Con el mayor, necesito mucha más paciencia y mano izquierda.

Con el pequeño, debo dejarle más espacio e ir a su aire.

Esa es la clave: no tratarlos como me gustaría que me trataran a mí, sino como necesitan ser tratados.

Eso también me sucede con mis amigos.

Yo, cuando tengo un mal día, prefiero que me dejen en paz hasta que se me pase.

No me sirve de mucho hablar del tema o buscar “soluciones” que no solucionan nada.

Prefiero dejar que el tiempo haga su efecto.

En cambio, algunos de mis amigos o de mis hermanas prefieren lo contrario.

A ellos les ayuda hablar del tema, salir a pasear en compañía o forrarnos a cervezas en la barra del bar.

Esto último nunca falla la verdad sea dicha.

Lo correcto por mi parte, no es dejarles solos como a mí me gustaría que hicieran conmigo, sino tratarlos de la manera que ellos quieren ser tratados.

Entender que cada uno somos un mundo y que necesitamos apoyos diferentes en función de las circunstancias es donde reside la verdadera empatía.

Escucha más y supone menos.

En resumen: no soy tú, y tú no eres yo.

Te leo.

Iñaki Arcocha

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