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No uses Tiramisú
Entiende lo que Otros necesitan
En las guerras siempre hay vencedores y vencidos.
La Primera Guerra Mundial no fue una excepción; más bien, es un ejemplo de libro de esta máxima.
De todos los grandes líderes que protagonizaron la Gran Guerra, sólo uno ha pasado a la posteridad como un auténtico estadista mundial.
No fue el americano Woodrow Wilson, quien fracasó en convencer al Senado estadounidense para unirse a la Sociedad de las Naciones.
Mucho menos Vittorio Orlando, marginado tras la Conferencia de Paz de París por no obtener las concesiones territoriales que ansiaba para Italia.
Y tampoco George Clemenceau, el gran estratega francés, que se ganó el apodo de “El Tigre” pero fue demasiado duro con Alemania después de la guerra y desapareció rápidamente de la política.
El único que evitó el olvido fue David LLoyd George, el Primer Ministro Británico.
Cuando llegó al poder en 1916, en plena vorágine de la guerra, Lloyd George tuvo que luchar en dos frentes a la vez.
Por un lado, lidiar con las tensiones internas del Parlamento Británico, siempre al borde de la división.
Por otro, asumir la titánica tarea de coordinar la estratégica del bando aliado y tomar decisiones rápidas y contundentes.
¿Se aprovechó de la gravedad de la situación para imponer su autoridad con mano de hierro?
No.
¿Abusó de su poder para descartar cualquier opinión que no coincidiera con la suya?
Menos.
En lugar de eso, tomó decisiones en base a lo que era mejor para todos, no para él.
Lo primero que hizo fue crear un gabinete de guerra pequeño y eficiente.
Nada de esconderse detrás de asesores a los que poder culpar de sus errores.
Su prioridad era maximizar la producción de munición, pero también la de alimentos y otros recursos esenciales para la población británica.
Acción inmediata en lugar de burocracia.
Escuchó siempre a los expertos y adaptó a su estrategia según conviniera.
No se aferraba a un plan por orgullo.
Si era necesario cambiar la estrategia militar para coordinar mejor los esfuerzos aliados, se hacía y punto.
Por si fuera poco, LLoyd George fue uno de los grandes arquitectos del Tratado de Versalles, que puso fin a la guerra en 1919.
A diferencia de sus homólogos, abogó por un castigo más moderado hacia Alemania, intentando evitar represalias futuras.
Aunque sólo lo logró a medias, como bien atestigua la II Guerra Mundial, su enfoque pragmático lo consolidó como uno de los mejores dirigentes del siglo XX.
Lloyd George evitó caer en las dos grandes trampas del liderazgo:
Pensar en lo que los demás pueden hacer por ti.
Creer que tus necesidades son las mismas que las de todos los demás.
No.
Un verdadero líder está para sacar lo mejor de su equipo, nunca al revés.
Y, pera ello, debe entender lo que las personas quieren y necesitan para poder proporcionárselo.
Cuándo vas a pescar, ¿qué pones en el anzuelo?
¿Lo que te gusta comer a ti o lo que les gusta a los peces?
A mí me encanta el tiramisú, pero no creo que piquen muchos peces con eso.
Por alguna extraña razón, olvidamos esta lógica sencilla cuando vamos a “pescar” personas.
Queremos que nuestros equipos nos respondan, pero en lugar de hacerles la vida fácil y satisfacer sus necesidades, nos empeñamos en imponerles las nuestras.
Buena suerte con eso.
Cuando yo quiero que mis hijos se abriguen en invierno, tengo dos opciones:
Puedo obligarlos a ponerse un abrigo que no les gusta, sabiendo que se lo quitarán en cuanto me dé la vuelta.
O puedo recordarles lo calentitos que están con él y cómo la última vez que no se abrigaron acabaron enfermos, perdiéndose varios días de salir a jugar.
Lo que yo quiero es que se abriguen.
Y la mejor manera de conseguirlo es reafirmando lo que es importante para ellos.
Funciona igual con todas nuestras relaciones personales.
No hay mejor manera de sacar lo mejor de las personas que seguir estos tres pasos:
Escucha antes de proponer.
Entiende las necesidades reales de quienes te rodean.
Adáptate tú primero, aunque no sea lo más cómodo para ti.
Sí, exactamente lo contrario a lo que hace casi todo el mundo.
Así les va… y así te irá a ti si sigues esta lógica incuestionable.
¿Y ahora qué?
¿Vas a seguir poniendo tiramisú en el anzuelo o empezarás a usar unas ricas lombrices?
Te leo.
Iñaki Arcocha
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