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Nunca es Tarde
Hasta que lo Es
Volviendo de mi último viaje a México, disfruté de nuevo de una de esas películas que, sin ser geniales, tienen un significado especial para mí.
El Juez, con Robert Downey Jr, Robert Duvall y Billy Bob Thornton.
Crema pura en cuanto a actores.
La trama es bastante sencilla.
Un viejo juez de pueblo, interpretado por Duvall, tiene un hijo abogado, Downey Jr, con el que se lleva a matar.
Por el fallecimiento de su madre, el abogado regresa al pueblo donde se crió y revive aquello de pueblo pequeño, infierno grande.
Para empezar, la casa familiar es una olla a presión.
La relación con sus hermanos es ambivalente, por un episodio de su adolescencia, pero el verdadero drama lo tiene con su padre.
Años sin hablarse y dejando acumular el rencor mutuo, hacen la convivencia imposible.
Padre e hijo que se tratan como desconocidos o incluso peor, como enemigos irreconciliables.
Downey Jr está decidido a volver a New York sin arreglar nada, pero una llamada de última hora en el avión le obliga a quedarse.
Su padre, el honorable y querido juez, ha sido acusado de asesinato.
La trama en sí da un poco igual y el resultado es el previsible, pero lo que me encanta de la película es otra cosa.
Hay un momento en el que, después de la enésima bronca familiar, terminan en el sótano viendo videos antiguos.
Todos juntos en familia.
Ahí están, blanco sobre negro, los recuerdos de una familia unida.
Los niños abriendo regalos de Navidad, corriendo a abrazar a su padre.
Por un momento, se ven tal y como son y como nunca debieron dejar de ser.
No como juez y abogado.
No como rivales.
Sino como familia.
Durante toda la película, el personaje de Robert Downey Jr lucha entre el rencor que siente por su padre y los recuerdos llenos de amor que no logra olvidar.
Las historias sobre padres e hijos siempre han sido mi talón de Aquiles.
Me afectan de una manera muy personal.
Conozco a muchas, demasiadas, personas que no tienen la mejor relación con sus padres.
Algunas de ellas son de mis mejores amigos.
A veces, esa persona he sido yo.
¿Sabes qué tienen en común todos ellos?
El arrepentimiento.
Siempre, sin excepción, llega cuando ya es demasiado tarde.
A todos les habría encantado poder arreglar las cosas.
A todos les hubiera gustado no perder tanto tiempo estando enfadados.
Tener una última conversación que les trajera, si no reconciliación, al menos paz.
Y lo que sucede con la familia, también pasa con los amigos, e incluso con nosotros mismos.
Perdemos demasiado tiempo resentidos y creyendo que no nos afecta.
Me da igual.
No me importa.
Hace mucho que lo superé.
No te lo crees ni tú.
Puedes seguir mintiéndote todo lo que quieras, pero lo único que consigues es perder un tiempo que no tienes.
Hay heridas que no se pueden curar pero sí cicatrizar.
Hay puentes que se cruzan y de los que ya no vuelves, pero al menos los puedes dejar atrás.
No esperes a que sea demasiado tarde.
Cierra todas esas historias que te duelen aunque no quieras reconocerlo.
O alguien las cerrará por ti.
O peor, cuando por fin te decidas a hacerlo, ya no podrás.
Y eso sí que te perseguirá por el resto de tu vida.
No te hagas eso a ti mismo.
No pierdas otro día.
Llama, escucha, sana.
Hoy, mucho mejor que mañana.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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