- Arcocha Capital
- Posts
- Manchas y Redenciones
Manchas y Redenciones
Lo Entendí Todo al Revés
Siempre me han gustado las parábolas de la Biblia.
Doce años en un colegio religioso dejan huella, y siendo creyente como soy, es natural que me resulten familiares y atractivas.
Sin embargo, no hace falta creer en Dios para aprender valores universales de estos pasajes.
La Biblia es una lectura apasionante por sí misma.
Seguro que te suena la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:25-37), donde un hombre es asaltado y dejado medio muerto, sin que nadie le ayuda, hasta que un samaritano, un apestado por la sociedad judía, se detiene y le auxilia.
Siempre me ha parecido una lección inolvidable sobre la compasión y el amor al prójimo.
Probablemente también hayas escuchado la parábola de Los Talentos (Mateo 25: 14-30), en la que un hombre entrega a sus siervos diferentes cantidades de oro antes de partir, y al regresar, recompensa a aquellos que han conseguido multiplicar el dinero.
Esta enseñanza no trata sobre el valor del dinero, sino del agradecimiento por los dones que hemos recibido y nuestra responsabilidad de ponerlos en valor.
Si has tenido suerte en la lotería genética de la vida, diría que es tu responsabilidad e incluso tu obligación, hacerte merecedor de esa suerte.
Pero la parábola que nunca me gustó fue la del Hijo Pródigo.
La habré escuchado y leído decenas, si no cientos, de veces durante mis años en el colegio.
En Lucas 15: 11-32, un hijo le pide toda la herencia a su padre, la derrocha a lo loco y, tras perderlo todo, regresa a casa arrepentido.
Su padre, lejos de castigarle, lo recibe con los brazos abiertos y manda organizar una gran fiesta en su honor.
Siempre me pareció injusto.
El hijo se va a Ibiza tope gama, lo da todo en discotecas, yates, mujeres y alcohol.
Cuando se le pasa la resaca y ve que no le queda nadie a su alrededor, vuelve a casa a pedir sopitas.
Mientras, el otro hermano, que se quedó con su padre como un niño bueno, no ha salido de casa ni a por tabaco.
Y ahí está, al fondo de la fiesta, rumiando una pata de cordero y con cara de pocos amigos.
¿Yo me porto bien y él, que lo ha desperdiciado todo, es el que se lleva la recompensa?
Pobre hombre.
Siempre me pareció un crimen sin castigo, una injusticia.
Mi problema es que no me gustaba porque no la estaba entendiendo bien.
No estaba comprendiendo el verdadero mensaje de fondo.
Así como la parábola de Los Talentos no habla de dinero, la parábola del Hijo Pródigo no traba sobre lo que hace el hijo, sino sobre la actitud del padre.
Es una parábola sobre el significado del pecado y el perdón.
En arameo, el idioma de Jesucristo, la palabra “pecado” no significa “mancha”, sino “error”.
Es muy diferente ver nuestros pecados, si lo prefieres nuestras faltas, desde una u otra perspectiva.
En la sociedad moderna, tendemos a pensar que cada fallo es como una mancha en nuestra camiseta que no se va ni con cien lavados.
No somos capaces de perdonarnos, ni de perdonar a los demás.
Siempre hay un “pero”.
“Es buena persona, pero acuérdate cuando hizo…..”
“Nunca olvidaré aquella vez que tú….”
“¿Cómo pude decirle eso a…..”
Hemos creado un mundo en el que siempre llevamos una contabilidad de todos nuestros fallos.
Y nunca se borran.
Confundimos una mala acción con una mala persona.
Exigimos una perfección que ni existe ni es deseable para simples mortales como nosotros.
La parábola del Hijo Pródigo nos habla de un padre que elige ver las faltas de su hijo como una equivocación, de las que está arrepentido y que ya no puede cambiar.
¿Cómo no va a celebrar que su hijo cambie de actitud y se de cuenta de lo mal que lo había hecho?
¿Tú no te alegras cuando un amigo se disculpa contigo o cuando tú mismo logras cambiar un comportamiento que sabes que no es el correcto?
La alternativa es darte de latigazos hasta el fin de los tiempos, porque lo que es seguro, es que lo hecho, hecho está.
Otra lección escondida en esas escrituras es que al perdón sólo se llega desde el amor y nunca desde el odio.
Será lo cursi que quieras, pero la realidad es que el rencor es tan dañino como la falta en sí misma.
Además de que genera un estrés horroroso que te acompaña durante mucho más tiempo del que te interesa.
Créeme, hablo desde la experiencia.
Cuanto mejor es aprender a vivir en paz con quienes rodean,sabiendo que todos nos equivocamos, pero también que podemos redimirnos.
Porque, al final, el perdón es tanto un regalo a los demás como a ti mismo.
Te leo.
Iñaki Arcocha
P.D: Si te gustan estas newsletters, compártelas con tus amigos en el siguiente enlace: https://arcochacapital.beehiiv.com/subscribe
P.D 2: Y si no te gustan, compártelas con tus enemigos para que se fastidien: https://arcochacapital.beehiiv.com/subscribe