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Por qué me dediqué a las Finanzas
Y otras cosas que juré no hacer nunca
En mi penúltimo año de colegio, tuve que decidir entre estudiar física y química o latín. A primera vista, podría parecer una decisión sencilla, pero la verdad es que ambas materias me gustaban y se me daban bien.
Por suerte o por desgracia, no existía un itinerario educativo que incluyera ambas materias, así que me tocaba elegir. Opción A: física y química que me dirigía a la rama de ciencias mixtas u opción B: latín y matemáticas por la rama de letras mixtas. Cada opción tenía sus ventajas e inconvenientes y definía el tipo de carrera al que aspirar dos años después.
El año anterior, todos los alumnos realizamos un examen de aptitudes para recibir una recomendación sobre qué camino seguir. Aunque la prueba era obligatoria, la recomendación no era vinculante; independientemente de ella, el alumno tenía la última palabra.
En mi caso, me recomendaron seguir la ruta de ciencias mixtas con física y química, lo que excluía el latín que me encantaba. ¿Qué elegí yo? El latín, por supuesto, dejando atrás y para siempre los cálculos parabólicos y el análisis químico. Aún recuerdo la cara de sorpresa de mi tutor, D. Luis Querejeta, un tipazo, que no podía creer que no hubiera aceptado la recomendación del test.
Desde ese momento, descubrí que la disidencia no estaba demasiado bien vista aunque el único damnificado seas tú mismo. También descubrí que no era algo que me importara demasiado y me ha seguido sin importar desde entonces.
Esa rebeldía contra lo establecido, casi siempre genuina pero a veces reconozco que un poco impostada, me ha acompañado toda mi vida. De ahí, supongo, que haya terminado trabajando para mí mismo. Es más difícil discutir con el jefe si es el que te devuelve la mirada en el espejo.
El segundo rasgo de mi personalidad que he terminado por aceptar, lo descubrí durante mis años universitarios. Antes de empezar el primer año, me hice una serie de juramentos a mí mismo: no dedicarme a la Bolsa al terminar, ir de Erasmus en cuarto curso, hacer prácticas de empresa en el último curso y por supuesto, no salir con ninguna chica de clase.
Pues menos mal que lo tenía tan claro… no di ni una.
Desde la primera asignatura de Finanzas, mi percepción sobre ese mundo y sobre los mercados de capitales cambió para siempre. Si al entrar a la Universidad no tenía muy claro qué hacer y por eso escogí Administración de Empresas (después de todo, hay empresas de todo tipo), cuando terminé esa asignatura ya sabía a qué me quería dedicar.
El cambio de prioridades no fue algo fácil de asimilar. Incluso en el último curso me entrevisté con empresas de Marketing y Auditoría porque no estaba del todo seguro. Modificar una serie de creencias en las que llevas años instalado no es sencillo, pero por suerte para mí, me llegó una oportunidad de trabajo en una boutique especializada en grandes patrimonios y ya no hubo más discusión.
Cambiar de opinión cada 5 minutos me parece tan aterrador como las personas que piensan igual a los 50 años que a los 30 años. Las decisiones las tomamos en función de la información que tenemos y ,si está cambia, lo inteligente es replantearse nuestra decisión original, no mantenerla como si fueran las Tablas de la Ley.
Yo espero cambiar de opinión unas cuantes veces más a lo largo de los próximos 20 ó 30 años. Acierte o me equivoque, estoy seguro de que el viaje habrá merecido la pena.
Te leo.
Iñaki Arcocha