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Prefiero ser el Pecador
Se aprende más
Decir que Robert Downey Jr no ha tenido una carrera convencional sería quedarse muy corto.
A priori lo tenía todo para triunfar desde joven.
Hijo de un director de culto.
Talento a raudales.
Carisma natural sin precedentes.
¿El problema?
Bueno, una tontería de nada.
También era un niñato, un bala perdida y un adicto empedernido.
A pesar de su innata tendencia a la autodestrucción, parecía que tocaría el cielo a principios de los 90.
Con su sublime interpretación en Chaplin, ganó un BAFTA y fue nominado al Óscar.
Todo de cara.
Y todo salió mal.
Drogas.
Alcohol.
Cárcel.
Desintoxicación.
Más drogas.
Más alcohol.
Y vuelta a empezar.
Su carrera había terminado.
Sólo que no fue así.
Apareció un bote salvavidas con nombre y apellido: Mel Gibson.
El actor australiano, que también había vivido su propio viaje de ida y vuelta al infierno, le rescató de sí mismo.
En 2001 logró asomar la cabeza fuera del agua con su papel en la serie Ally McBeal.
No ganó otro BAFTA.
Pero sí un Globo de Oro.
Y lo que es más importante:
Una segunda oportunidad.
En esos primeros años del nuevo siglo, se limpió.
Reconstruyó su cuerpo.
Su mente.
Y su espíritu.
Por lo que el siguiente gran éxito no pudo ser más apropiado: Iron Man.
Dando vida a un multimillonario excéntrico, excesivo y alcohólico que debe construirse una armadura para renacer y sobrevivir.
Más a su medida, imposible.
El resto ya te lo sabes.
Protagonista absoluto del mayor universo cinematográfico de todos los tiempos.
El cine de superhéroes no nació con él.
Pero sin duda no habría llegado a ser lo que es sin Robert Downey Jr.
Triunfo y Tragedia.
Deshonra y Redención.
Nadie ha encarnado mejor las inmortales palabras de Oscar Wilde:
Todo Santo tiene un pasado y todo Pecador tiene un futuro.
Aprende a perdonarte.
Acepta que incluso las buenas personas se comportan mal a veces.
Y lo más importante:
Una mala acción no te convierte en malvado.
Todos tenemos un pasado.
Lleno de errores.
De remordimientos.
De acciones y palabras que no podemos explicar.
Ni mucho menos borrar.
Eso no te hace peor.
Te hace humano.
Nadie es perfecto.
Nadie camina en línea recta.
Por lo que ninguna etiqueta debería ser permanente.
¿No te gusta cómo eras?
¿No te gusta cómo eres hoy?
Felicidades.
Ese es el primer paso para cambiar.
Olvídalo.
Rectifica.
Aprende.
Y grábate una sola cosa en la cabeza:
Lo único que importa es quién decidas ser ahora.
Así que elige:
Llorar por el Santo que nunca fuiste.
O quedarte con lo que aprendiste como Pecador.
Con lo bien que te lo pasaste además….
Te leo.
Iñaki Arcocha
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