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Quemar en Caso de Duda
Es el único camino
Alejandro.
Magno.
Sí, ese.
El de la película infame que no le hace justicia.
El de la estatua que hizo llorar al mismísimo Julio César.
Porque se dio cuenta que él tenía 32 años, la misma edad a la que murió Alejandro, pero no había hecho nada con su vida.
Era un mero político romano.
Mientras que el otro había conquistado todo el mundo conocido en su época.
De entre las miles de historias del Rey de Reyes, me quedo con una:
La conquista de la ciudad fortificada de Tiro, en Fenicia.
Lo que hoy es el actual Líbano.
No era la primera ciudad a la que atacaba en su campaña de conquista.
Pero sí la que más se resistió.
Era inabordable.
Sus hombres estaban cansados.
Y les triplicaban en número.
Tenían miedo de morir lejos de casa.
Del fracaso.
De no poder volver.
Así que Alejandro tomó una decisión.
Una que no encantó precisamente a su ejército.
Ordenó destruir su única vía de escape.
Quemar todas sus naves.
Hasta convertirlas en ceniza.
La explicación que les dio fue muy clara.
Cristalina.
Ya sólo nos queda Conquistar o Morir.
Y, obviamente, conquistaron.
Muchas veces nosotros somos nuestros peores enemigos.
Todos tenemos un plan muy claro en la cabeza.
Pero, “por si acaso”, también pensamos en la opción B, C, D….
Lo llamamos prudencia.
Lo disfrazamos de sensatez.
Pero no lo es.
Es miedo.
Y la mejor manera de sabotearte.
Con excusas.
Con escapatorias.
Con “si no sale esto, ya haré lo otro”.
No.
No harás lo otro tampoco.
Fracasarás.
¿Duro?
Un poco.
¿Cierto?
También.
No hay plan B.
El único plan B es seguir el plan A.
La mejor vía de escape es no salirse nunca de la trazada.
Si no hay más opciones y te convences de ello, tu única alternativa es avanzar.
Pero tiene truco.
Te lo tienes que creer.
Tú.
No tu mejor amigo.
Ni tu hermano.
Ni tu padre.
Te lo tienes que creer tú.
Tienes que quemar tus propios barcos para dar un golpe en la mesa.
Para hacer una declaración de intenciones:
Me lo quedo todo y no hay vuelta atrás.
De esa manera, todos a tu alrededor sabrán a qué atenerse.
Especialmente tú mismo, en los momentos de flaqueza.
De debilidad.
De dudas.
Es entonces cuando debes recordar el olor a ceniza.
Y la determinación que sentiste al no conformarte con menos.
Y si te llaman loco…..
Sonríe.
Tendrás la certeza de que estás haciendo lo correcto.
¿A qué estás esperando para encender tu hoguera?
Te leo.
Iñaki Arcocha
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