Regalos que carga el Diablo

Y el poder de los pequeños hábitos

Hace unos años se me ocurrió la idea de regalarle flores a mi madre por su cumpleaños. Ya llevaba varios años viviendo fuera de Bilbao y no siempre podía estar con ella en el día señalado. Lo que no imaginaba en ese momento, es que un gesto que yo consideraba puntual, terminaría transformándose en una tradición materno-filial obligatoria. Desde entonces, he entregado más de 15 ramos de flores, y espero que esta tradición perdure por muchos años más.

Lo más divertido es que esta "imposición" no me la comunicó mi madre, sino mi hermana Ane. Al año siguiente de aquel primer ramo de flores, volví a mi rutina habitual de compartir el regalo de mis hermanas (somos 4 en total), sin enviar flores por mi cuenta. Al día siguiente, mi hermana Ane me llamó y me dijo: "Ama está enfadada contigo". No entendía muy bien por qué, hasta que me explicó que mi madre estaba esperando las flores, porque, según ella, "siempre me regala flores por mi cumpleaños".

Anécdotas familiares aparte, lo peor de esta tradición es que el cumpleaños de mi madre cae el 14 de febrero, el Día de los Enamorados. Los primeros años, tuve que dar muchas explicaciones a los floristas cuando les decía que las flores eran para mi madre... ¡Dios bendiga a Interflora que ahora me permite hacerlo online!

Lo que aprendí de aquella inocente decisión es que cada acción que tomamos establece un baremo con el que nos juzgarán, y probablemente nos juzgaremos a nosotros mismos en el futuro. No es suficiente con hacer el bien de manera puntual; aparentemente, debes superar tu mejor versión de manera continua.

En el deporte, suele decirse que un equipo es tan bueno como el resultado de su último partido, y en la vida, nos hemos convencido del mismo credo.

A partir de aquí, podemos optar por agobiarnos continuamente por esta ansia de superación permanente o abandonar esa carrera imposible y simplemente disfrutar de la vida. Por supuesto, todos queremos ser mejores cada vez, pero no es necesario obsesionarnos con un ideal de perfección que ni existe ni es deseable perseguir a toda costa.

En el recomendado bestseller, "Hábitos Atómicos", se narra la increíble historia del equipo ciclista del Reino Unido. Antes de 2003, el país solo había logrado una medalla olímpica y ninguna victoria en el Tour de Francia, la carrera por equipos más importante del mundo con 110 años de historia. Sin embargo, con el nuevo director del equipo británico, Dave Brailsford, en 2003, lograron un cambio asombroso. Ganaron el 60% de las medallas en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008, el 80% en Londres 2012 y se llevaron la victoria en 5 de los 6 Tour de Francia celebrados entre 2013 y 2017.

¿Cómo lo consiguieron? No haciendo grandes cambios ni comparándose continuamente con su mejor versión, sino mejorando tan sólo un 1% en muchas áreas diferentes. Intentaron mejorar un 1% en la aerodinámica, la limpieza de las bicicletas, la dieta, el entrenamiento y así sucesivamente. Es este enfoque acumulativo de pequeñas mejoras lo que eventualmente condujo a un gran éxito.

Tú puedes aplicar el mismo principio en tu día a día. No es necesario que busques constantemente superar un gran logro anterior. Simplemente siendo un 1% mejor en las miles de pequeñas actividades que realizamos cada día, conseguirás marcar la diferencia.

No hace falta pasar de levantarte a las 8 am a hacerlo a las 5 am ni realizar cambios radicales en tu dieta o en la temperatura de la ducha matutina. Resulta mucho más eficiente enfocarse en pequeñas mejoras en todas las actividades diarias, y con el tiempo, los resultados se manifestarán por sí mismos, siendo más fácil de mantener en el tiempo.

La suma combinada de las pequeñas victorias es la clave para lograr los grandes cambios en nuestra vida.

Te leo.

Iñaki Arcocha