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Relaciones Tóxicas
¿Por qué sigues ahí?
En agosto de 1973, un atraco en la sucursal del Kreditbanken en Norrmalmstorg, Estocolmo, cambió el mundo de la psicología para siempre.
Cuatro empleados del banco fueron tomados como rehenes durante seis días por dos atracadores: Jan-Erik Olsson y su amigo de la infancia, Clark Olofsson.
Ambos ex-convictos y con una lista de delitos menores, y no tan menores, bastante notable.
Durante esos seis días que duró el atraco, no escasearon los momentos de alta tensión, miedo e incluso violencia extrema.
En una ocasión, Olofsson llegó a amenazar a una de las rehenes con ahorcarla si la policía no atendía a sus demandas.
Finalmente, la policía decidió tomar la sucursal, usando gas lacrimógeno para inmovilizar a los captores y evitar víctimas mortales.
Lo consiguieron.
Nadie resultó herido de gravedad en el rescate.
Y aquí es dónde la historia se vuelve verdaderamente interesante.
Tras el rescate, los rehenes mostraron muchísima más simpatía y apego hacia los secuestradores que hacia la policía.
En el juicio, se negaron a declarar en su contra, les apoyaron públicamente e incluso algunos mantuvieron contacto durante años.
A lo largo de esos seis días, se creó un vínculo emocional fortísimo e inexplicable entre secuestrados y secuestradores, entre víctimas y verdugos.
Un vínculo consolidado por el aislamiento y la dependencia mutua.
Acababa de nacer el síndrome de Estocolmo.
Estoy seguro que en cierto grado, tú también lo has sufrido en tus propias carnes.
¿Crees que no?
¿Seguro?
¿Y esa pareja que sabes no te hace bien, pero de la que te niegas a separarte?
Excusas cada uno de sus comportamientos imperdonables e incluso la defiendes ante terceros.
A pesar de que sabes perfectamente que tienen razón.
O ese trabajo que detestas y del que llevas años quejándote.
Y cuando alguien externo lo critica….saltas rápido a defenderlo: ”no está tan mal”, “en otros sitios es peor”, “al menos nos dan una cesta de Navidad….”.
Mi síndrome de Estocolmo favorito es el que sufren mis amigos de España.
Llevo ya quince años, y los que te rondaré morena, viviendo fuera, y todavía de vez en cuando me siguen preguntando: “¿Y tú, cuándo te vuelves"?”.
En función de la confianza y estado de ánimo, mi respuesta varía:
“¿A dónde?
“Nunca”.
“Cuando se congele el infierno”.
“Espérame tantito que ahora voy”.
O cualquier otro derivado que implique que estoy muy bien donde estoy.
Lo más fascinante es que esas mismas personas que insisten en que vuelva, son las que se pasan el 99,99% del tiempo quejándose de la vida allí.
Que si el trabajo, que si el gobierno, que si la inflación….
Entonces, ¿para qué quieren que vuelva exactamente?
¡Ah, sí!
Que se me olvida que como en España no se vive en ninguna parte, salvo de lunes a domingo.
Siendo justos con mis amigos y familiares, debo decir que el ser humano es un animal de costumbres.
La familia, los amigos de siempre, la rutina o el miedo al cambio, son factores poderosos que nos llevan a justificarnos y al inmovilismo.
Todos cabalgamos contradicciones.
Pero eso no debe impedirte reconocer las señales de alerta o escuchar la llamada a la acción.
Si vives quejándote de una relación, un trabajo o un lugar, en el fondo ya sabes lo que tienes que hacer.
Nada te impide cambiar.
Nadie te obliga a ser prisionero de tus malos hábitos.
Habla con otras personas que ya hayan hecho lo que tú anhelas en secreto, explora nuevas opciones, y sobre todo, no te quedes parado.
Sólo hay un mejor momento que hoy para actuar.
Y ese momento fue ayer.
Te leo.
Iñaki Arcocha
P.D.: ¿Dónde vivo? En Suiza y aquí te cuento las razones.
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