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Durmiendo con tu Enemigo
Nunca te Conformes
Las psicólogas estadounidenses Pauline Rose Clance y Suzanne Imes de la Universidad de Georgia, realizaron un descubrimiento increíble en 1978.
Después de entrevistar a un gran número de mujeres, descubrieron un patrón común: la mayoría sentía un miedo feroz a ser “descubiertas”.
A pesar de alcanzar grandes logros en sus carreras profesionales y académicas, no se sentían merecedoras de su éxito.
Se veían a sí mismas como “fraudes”.
Aun con toda la evidencia a su favor y después de superar todas las piedras en su camino, creían que todo se debía a la suerte o a la ayuda de otros.
Vivían con el temor constante de que alguien se diera cuenta de su “incompetencia”.
No sólo temían ser desenmascaradas, sino que también experimentaban ansiedad y vergüenza al recibir cualquier tipo de reconocimiento.
Los elogios no les llenaban de orgullo sino de incomodidad.
En sus mentes, vivían la vida de otra persona.
Sufrían del Síndrome del Impostor.
La propia Clance había experimentado personalmente el mismo fenómeno.
A pesar del prestigio que gozaba dentro de la comunidad académica, dudaba de sus habilidades y se preguntaba si realmente merecía su posición.
Fue esa misma inseguridad la que le llevó a investigar si otras mujeres experimentaban lo mismo, y descubrir que no era la única.
Estudios posteriores revelaron que este fenómeno no es exclusivo de las mujeres ni requiere haber alcanzado un nivel extraordinario de éxito para sufrirlo.
Un cambio en tu vida, un logro inesperado o simplemente una personalidad insegura o muy perfeccionista puede desencadenarlo.
Como si no tuviéramos ya suficientes razones para sentir ansiedad en esta sociedad en la que vivimos, nos hemos inventado la manera de sufrir incluso cuando ganamos.
Y sí, a mí también me pasa.
Hace tres años, cuando lancé mi propia empresa y empezó a irme mejor de lo que me esperaba, no sentí ninguna alegría.
Al contrario y al igual que con las mujeres del experimento de Clance e Imes, creía que todo era fruto del azar.
Como si sólo hubiera tenido suerte de haber estado en el lugar adecuado en el momento adecuado.
Durante mucho tiempo, vi esto como una debilidad de mi carácter, una forma de autosabotaje para no disfrutar del momento presente.
Me pasaba el día ideando nuevos objetivos, nuevos metas que me dieran la validación conmigo mismo que creía necesitar.
¿Cómo compites en una carrera contra ti mismo?
¿Y por qué alguien querría competir así, para empezar?
Hasta que me dí cuenta de que el Síndrome del Impostor era lo mejor que me podía pasar.
¿Cómo, si no, tener ganas de progresar?
¿Cómo seguir aprendiendo y mejorando ?
¿Cómo evitar el conformismo si no sientes que te queda algo por demostrar?
Me preocuparé mucho el día que no sienta ese agujero en el estómago.
Hoy, doy gracias a Dios por esa incomodidad persistente, por sentir que aún me queda mucho por hacer.
El Síndrome del Impostor es como cualquier otra herramienta: la puedes usar bien o la puedes usar mal.
Sentir que de alguna manera no te mereces lo que has conseguido puede hundirte en la miseria o puede motivarte a levantar el culo del asiento.
Cada vez que releo una de mis newsletters antiguas o un vídeo de YouTube y encuentro decenas de fallos, sonrío.
Porque cada uno de esos fallos es un regalo.
Es una oportunidad para hacerlo mejor la próxima vez.
Y siempre habrá una próxima vez.
¿Tú también sientes que tienes mucho por mejorar, o ya crees que lo haces todo perfecto?
Ojalá seas otro impostor en busca de redención.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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