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Sube al Escenario
En Casa No Encontrarás lo que Buscas
Recuerdo perfectamente la primera vez.
Esa también, pero no va de eso mi newsletter.
Me refiero a la primera vez que hablé en público en una situación comprometida.
Fue durante mi primer trabajo en Bilbao como banquero privado para una boutique de asesoramiento financiero.
Por aquél entonces, nuestra clientela era muy selecta, y todos los clientes eran de extrema importancia.
No nos podíamos permitir ningún error ni perder a ninguno de ellos.
Yo había salido de la universidad el año anterior y, para aquel entonces, ya tenía muy claro que no sabía nada del trabajo real.
Esto ya no era un juego.
Descubrí pronto que las acciones tenían consecuencias.
Muchas veces para bien y lamentablemente cuando empieces, con mayor frecuencia para mal.
Después de varios meses haciendo trabajos más operativos, llegó el momento de la alternativa: presentar los resultados de nuestras inversiones ante los clientes.
¿Miedo?
No te cuento las veces que fui al baño ese día.
Tampoco las veces que revisé la presentación antes de entrar en la sala de juntas.
Cuando terminamos y nos despedimos de los clientes, me llamó la atención las caras de aprobación de mis compañeros.
Había cierta sorpresa.
Lo cual indica la “enorme” confianza que tenían en mí en esos momentos….
“Los has hecho muy bien, como si llevaras toda la vida haciéndolo”.
Ahora la sorpresa era mía.
Por dentro yo estaba cagado hasta arriba (perdón por la expresión), pero de alguna manera eso no se reflejaba exteriormente.
De hecho, me comentaron que parecía estar muy tranquilo y lo comparaban con los nervios que ellos pasaron cuando les tocó hacerlo por primera vez.
¡Yo también estaba muy nervioso!
Pero conseguí, sin proponérmelo, que nadie se diera cuenta.
Esta misma situación se ha repetido a lo largo de toda mi vida.
Con más o menos éxito, cada vez que me toca hablar en público, dar un speech en una boda o cualquier otra situación similar, no se suele apreciar la verdad.
Que tengo miedo de hacer el ridículo y que me estoy haciendo constantemente la misma pregunta.
“¿Por qué se me ocurrió meterme en esta movida?”
Ser valiente o fingir que eres valiente es absolutamente indistinguible para los demás.
Tendemos a sobrevalorar los dones naturales.
Si naces alto, listo, valiente o generoso, parece que lo tienes todo ganado y eres inalcanzable.
Obviamente es mejor partir con buenos atributos, pero no siempre gana el que le tocan mejores cartas.
Muchas más veces que no, el esfuerzo, la determinación y la disciplina, ganan la partida.
Y todo eso se puede entrenar y mejorar.
No me considero una persona especialmente valiente.
Pero sí curiosa.
¿Qué se siente al saltar de un trampolín de 10 metros?
¿Qué piensas encima de un escenario con todos los ojos mirándote?
¿Qué pasa cuando nadie te dice lo que tienes que hacer y te toca decidir a ti?
Esa curiosidad es el motor de mi vida y logra suplir cualquier falta de valentía.
Si tienes miedo, no importa.
Actúa como si no lo tuvieras.
Si estás perdido, no importa.
Muévete como si supieras a dónde vas.
Si dudas, no importa.
Imagina que tienes todas las respuestas.
Los demás no notarán la diferencia y, si lo practicas lo suficiente, el siguiente en no darse cuenta serás tú mismo.
El miedo no desaparecerá quedándote en casa.
Sólo lo hará cuando actúes.
Súbete al escenario y descúbrelo.
Te leo.
Iñaki Arcocha
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