Todos mis Hermanos

Lo que echamos de menos de quienes ya no están

No suelo leer muchas biografías por la misma razón por la que no me gusta ir al cine a ver películas históricas, prefiero que me sorprendan y no saber lo que va a pasar.

Como todos tenemos que lidiar con nuestras contradicciones, diré que uno de los libros que más me han gustado en los últimos años es la autobiografía de Manel Estiarte titulada “Todos mis hermanos”.

Manel Estiarte es el mejor waterpolista español de la historia y héroe destacado del ciclo olímpico que culminó con el oro en Atlanta 96. En su biografía, cuenta la historia de cómo se fraguo ese hito histórico para el deporte español y cómo comenzó todo con la dolorosa derrota en la final de Barcelona 92.

La historia de aquél equipo y los sacrificios que realizaron a nivel individual y colectivo para conseguir el éxito final, merece protagonizar una serie de Netflix. La historia tiene de todo: personalidades antagónicas, histórica rivalidad entra Madrid y Barcelona dentro del equipo, un entrenador tiránico al nivel de villano de Marvel y espíritu de superación tras la enorme decepción de la plata en casa, durante las Olimpiadas de Barcelona.

Sin embargo, el pasaje más impactante de la biografía de Estiarte es cuando relata el suicidio de su hermana. Una mujer maravillosa pero con una personalidad depresiva, que en un momento de su vida no vio otra solución. El sentimiento de culpa de Manel, que llegó a notar el aire que dejaba su cuerpo al saltar por la ventana, y los recuerdos de ella que le quedaron de por vida, son absolutamente conmovedores.

A mí me sucede lo mismo con Fernando, mi mejor amigo, que nos dejó hace ya 15 años, después de una lucha encomiable contra una enfermedad terminal. La positividad y actitud envidiable con la que enfrentó la enfermedad ya de por sí son un ejemplo de vida inolvidable y que agradeceré toda mi vida. Me gustaría decir que cuando me acuerdo de él, todos son recuerdos positivos y alegres, pero la realidad es que suelo recordar momentos mucho más mundanos.

Durante una etapa de su vida, le encantaba salir de fiesta entre semana o como decía él, “se liaba”. En esas escaramuzas nocturnas, solía llamarme a las 2 am o 3 am para lanzarme todo tipo de improperios por teléfono. Cuando no le respondía, en aquella época sin hijos aún dormía profundamente, me enviaba mensajes de texto (era la época anterior a los smart phones) que me alegraban la mañana y que ojalá conservara hoy en día.

Nunca nos damos cuenta de lo mucho que echamos de menos algo hasta que lo perdemos. De la misma manera, tampoco podemos decidir qué cosas recordaremos de nuestros seres queridos y qué olvidaremos.

Lo que sí podemos decidir es no dejar nada para el día de mañana. El mayor daño que nos hacemos a nosotros mismos es pensar que siempre tendremos una día extra para hacer algo que no nos apetece hacer hoy. Se nos olvida que, como dice mi madre, “al mañana no hemos llegado ninguno”.

Y tristemente, a veces no tenemos un mañana para darle un abrazo a esas personas que dan sentido a nuestras vidas.

Te leo.

Iñaki Arcocha