Tres Minutos y Medio

3:23

Ese es el tiempo que duró el mensaje que me rompió el alma la semana pasada.

Un colega y amigo personal me mandó ese audio tras un par de semanas sin saber de él ni ver sus habituales publicaciones en redes sociales.

¿La razón?

Un ataque al corazón, que si no llega a ser por la rápida intervención de los servicios sanitarios, no estaría aquí para contarlo.

El vídeo de su perfil de whatsapp, en el que se reencuentra con su hijo pequeño después de 15 días sin verse, es imposible de olvidar.

En esas imágenes se resume todo lo importante de la vida.

Sin amor, no hay nada.

Igualmente, la parte final del audio me dejó pensando durante días.

Iñaki, no importan los coches, las casas, las mujeres guapas o las fiestas chic a las que te inviten, nada tiene valor sin el cariño de la gente que te importa.

Sin lugar a dudas, lo segundo mejor que le ha pasado después de sobrevivir al infarto ha sido recibir innumerables muestras de afecto desinteresado.

Ese es su verdadero triunfo, muy por encima de su exitosa carrera profesional.

Ahora bien, tampoco me malinterpretes.

No seré yo quien desdeñe los bienes materiales.

Ni mucho menos.

Al fin y al cabo, como decía Woody Allen: El dinero no da la felicidad, pero proporciona una sensación tan parecida que es imposible de distinguir.

A quien le guste la ropa, querrá un armario lleno.

A quien le apasionen los coches, le encantará ver un par de máquinas en su garaje.

Y quienes disfruten de la buena mesa, desearán salir a buenos restaurantes con frecuencia.

Cada cual con sus gustos y tengo poco o nada que decir al respecto.

Pero todas esas cosas pierden su brillo si no tienes a alguien especial con quien compartirlas.

Todas las riquezas del mundo palidecen ante la sonrisa de tu hijo al verte llegar a casa o ante el abrazo de un buen amigo después de mucho tiempo sin veros.

Eso no te lo puede dar un Lamborghini.

Una casa, por muy lujosa que sea, nunca será un hogar sin gente con la que compartirla.

Al final, todo lo que hacemos cobra más sentido cuando lo compartes con tus seres queridos.

¿Cuándo te sientes más realizado?

¿Cuándo todo el mundo te felicita y te soba tanto la espalda que podría servir de espejo?

¿O cuándo estás hundido en la miseria y alguien te tiende una mano para ayudarte a levantarte?

En tu peor momento es cuando descubrirás el resultado de tus actos.

Para bien o para mal.

Siempre.

Lucha por tus objetivos, abraza tus pasiones y sueña a lo grande.

Pero nunca olvides que a nadie le gusta comer solo.

Aunque sea el restaurante más lujoso del mundo.

Si tienes la suerte, como yo, de que tus sueños se hagan realidad cada mañana con un “te quiero”, descubrirás que no necesitas nada más.

Ya lo habrás conseguido.

Te leo.

Iñaki Arcocha

[email protected]

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