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Un Tiro Inolvidable
Errores que son para bien
Imagínate un niño que se dispone a jugar el partido de su vida ante el peor enemigo posible y en su casa.
Tiene 10-12 años y, aunque no juega mucho de titular en el equipo de baloncesto del colegio, le ilusiona formar parte de ese momento.
Aún es un niño gordo, pero más alto que la media de su clase, lo que le permitió entrar en el equipo como reserva.
Hace muchos años que su colegio no logra ganar el campeonato regional, por lo que es un momento importantísimo para todos.
El pabellón rival es tremendamente hostil, pero, aún así, el partido empieza muy de cara.
Sienten que por fin van a ganar en ese estadio maldito.
Los titulares están jugando como nunca y se dejan la vida en cada jugada y en cada rebote.
Ese niño sabe que en algún momento le tocará salir de refresco. No es muy bueno, pero tampoco del todo malo, por lo que jugará algunos minutos.
El entrenador, un ex alumno y hermano de un compañero de clase que apenas tendrá 20 años, por fin le da la señal y se prepara para entrar a jugar.
En el primer segundo en la cancha, recibe el balón, ve el camino a canasta despejado, tira y la pelota entra limpiamente sin tocar el aro.
Es uno de los poquísimos tiros en los que acierta a la primera porque, lo normal, es que suela fallar.
Está muy feliz pero le extraña el silencio sepulcral en la grada.
Mira a sus compañeros y sólo ve caras de asombro cuando no de horror.
Su entrenador está rojo como un tomate y, si cruzara más los brazos, se partiría por la mitad.
El estadio de repente estalla de júbilo como si acabaran de lanzar fuegos artificiales.
La afición rival empieza a vitorear como nunca al jugador del equipo contrario que ha marcado la canasta limpia.
Ese niño, al fin, se da cuenta de que ha metido en canasta propia, sin ningún rival que le atosigara y con todo su equipo negando con la cabeza mientras lanzaba su magnífico tiro.
Ese niño era yo.
Aún hoy me es imposible explicar del todo aquella sucesión de acontecimientos.
Cómo pude tener una empanada tan grande para salir al campo y meter en mi propia canasta sin ni siquiera dudar un segundo.
Por supuesto, el resultado de tamaña atrocidad fue hundir la moral del equipo hasta el subsótano dos.
Nos remontaron el partido y perdimos la oportunidad de ganar el campeonato.
Yo no volví a jugar con el equipo, ni siquiera en los entrenamientos.
El tema fue tan gore que la afición rival incluso me espero a la salida después del partido para vitorearme y felicitarme.
Algo absolutamente insólito y que no creo que se haya vuelto a repetir jamás.
¿Crees que esa historia me marcó para toda la vida?
La verdad es que sí, pero en un sentido terriblemente positivo.
Durantes unos días y semanas fui el hazmerreír del colegio, pero al cabo de un tiempo, la historia se olvidó.
Los periódicos de hoy están destinados a envolver los pescados del mañana.
Toda las historias pasan: las buenas, las malas y las mediopensionistas.
La realidad es que he sido yo mismo el que me he empeñado en mantener viva esa historia a lo largo de los años.
La he contado en innumerables ocasiones y he conseguido arrancarle una sonrisa a desconocidos o romper el hielo en reuniones incómodas.
De todo se puede sacar algo positivo.
Y convertir una debilidad, un error, en tu seña de identidad.
Como decía un profesor mío de marketing, “toda crítica es un regalo” porque te da la oportunidad de mejorar y lo mismo sucede con las grandes cagadas de la vida.
Aún hoy cuando sale en las noticias una jugada parecida - ¡porque, también le sucede a los profesionales!-, mucha gente me lo recuerda por WhatsApp, aunque hace tiempo que no hablemos.
He logrado ser recordado por una historia lamentable pero inolvidable y, sólo por eso, me siento enormemente afortunado.
Siempre es bonito y de agradecer que te recuerden con una sonrisa.
Nunca un error tan garrafal fue tan beneficioso.
Te leo.
Iñaki Arcocha