Una lección de mi aita

Haz lo que debas hacer

Tendría la misma edad que mi hijo mayor tiene ahora, unos 8 años.

Aunque tengo bastante buena memoria, la inteligencia de los tontos que decía mi padre, los años de la infancia a menudo se mezclan unos con otros.

Estos primeros años de conciencia están marcados por el colegio, los amigos y, por supuesto, las fiestas de cumpleaños. Cada cierto tiempo, era el cumpleaños de alguien de clase y llegaba el baile de invitados y no invitados al mismo.

Curiosamente, eso no ha cambiado demasiado con el tiempo. Yo lo vivo ahora desde el otro lado, como padre.

El caso es que tocaba mi cumpleaños y quería invitar a un gran número de compañeros de mi clase. El problema era que con algunos de ellos me había hecho amigo hacía poco y ellos no me habían invitado al suyo en su momento.

Hoy en día, esto tampoco ha cambiado. El listado de amigos de mis hijos es más cambiante que la opinión de un político en época electoral.

Mi aita (mi padre), me dio entonces una lección de las que se te quedan grabadas para toda la vida.

“ Tú haz lo que tienes que hacer, lo que haga el resto no es asunto tuyo”.

Mentiría si dijera que con 8 años comprendí completamente lo que me decía, pero al ser mi aita, le hice caso con los ojos cerrados. Invité a todos los que quería invitar y no volví a pensar en ello.

Fue con el paso de los años que entendí mejor lo que quería enseñarme con esa sencilla frase. Sin duda alguna, ha sido la frase que más he repetido en mi vida y que más me ha servido en tiempos de duda.

Porque la verdad es que es un infierno llevar una contabilidad en base a favores debidos y cobrados.

¿Quiénes viven de esa manera? Los políticos y la mafia.

Se es mucho más libre cuando tus acciones se rigen en base a tu conciencia, a lo que crees que debes hacer en cada momento.

Sin “peros”, sin contraprestaciones y sobre todo, sin esperar nada a cambio.

Y también se es mucho más feliz, con todo lo que eso conlleva. La felicidad es tan contagiosa que da igual si es tuya o de los demás.

De hecho, una sociedad crece mucho mejor cuando los hombres mayores plantan árboles, sabiendo que nunca se sentarán a su sombra. Lo hacen porque saben que es lo correcto, aunque ellos nunca vayan a disfrutar de sus frutos.

Yo, que soy creyente, siempre he pensado que la frase de mi padre es simplemente una variante del "trata al prójimo como a ti mismo" que nos enseñan los Mandamientos.

Ponerse en el lugar de la otra persona y actuar como te gustaría que hicieran contigo es la mejor manera de no equivocarse nunca.

Te leo.

Iñaki Arcocha